miércoles, 24 de octubre de 2018

EVA- CAPITULO I




Cuando me encontré a Eva esta mañana en la estación del tren, me di cuenta que tenía un grito ahogado que se le pronunciaba justo en la mitad de su garganta. Sus ojos apagados y rojizos de tanto llorar, desnudaban el dolor de su interior, era como si llevara las noches de insomnio sobre su espalda.

Pero éramos adolescentes, creíamos que teníamos el mundo a nuestros pies y que seríamos siempre jóvenes como aquella canción de Oasis “Stay Young”, que nuestras hormonas nos mantendrían bellos y frescos, y que debíamos retar a la vida, antes de que esta nos consumiera en su patológico aburrimiento que había hecho colgar del cuello a uno de nuestros amigos. Yo no sé cómo la existencia puede cambiar tanto... Pero se quiebran los recuerdos, y el sol alumbra el desierto desolado de su alma mientras huyen las nubes tras los vientos que deshacen las montañas; solo queda decir adiós a las águilas que mueren bajo la lluvia ácida del dolor y el desespero. ¿Quién les dará refugio cuando sus alas se empiecen a quebrar ante su eminente inexistencia? que Dios se apiade de sus almas cuando el regreso improvisto del infierno cubra la tierra con un manta de desasosiego; no habrá entonces salida, y su única opción será el suicidio para los valientes y el asesinato para los cobardes.

Llevo un largo periodo inventando sirenas, recorriendo laberintos sin salidas. Y es que cuando se trata del pasado, los suspiros hablan por sí solos y las sombras oscuras empiezan a escurrirse por las paredes y por los edificios, ahogando el mundo con colores psicodélicos que solo puedes reconocer en los sueños que no dejan de ser vacíos y en donde se es difícil abrazar al tiempo para detenerlo por un instante, con la esperanza de no envejecer frente a él. Parece ser, que para los condenados a muerte no queda otra cosa que sobrevivir al olvido de aquellos que jamás sabrán, el sabor que tiene el silencio. 

Contemplo a Eva mientras lee acostada sobre el sofá de nuestra sala, el sol que entra por la ventana la hace ver simplemente hermosa y me pregunto qué pensamientos se le estarán cruzando por su cabeza en este momento, los dos tenemos marcas por toda nuestra piel, veo sus piernas y sus brazos llenos de cicatrices, se las toco suavemente, quisiera sanar esas heridas, darle un beso y decirle que la quiero, que entiendo su dolor porque el mío aún sigue vigente, que intentemos llegar a viejos, que intentemos bajo cualquier pronóstico seguir caminando erguidos para contemplar el cielo, que nos vallamos y recorramos el mundo cogidos de las manos, que ahuyentemos los fantasmas que pueblan nuestros cuartos y nos miran desde el techo cada vez que nos acostamos a lado de nuestras camas, y decirle en el oído con vos suave, que ya la Luna presagia mejores tiempos.

Tal vez nos hemos herido sin querer, tal vez vos ya no me queres como antes, tal vez la eternidad acorto el tiempo, tal vez nuestras bocas se extraviaron en el camino y nuestros corazones se han perdido en el desierto, tal vez el invierno tronco nuestras ramas y el amor ha caído bajo un puente, tal vez el miedo ya reposa en el interior de nuestras almas o tal vez nuestro cariño se ha quedado en ese pasillo del sanatorio silencioso en que incurrimos cuando sin saber nos habíamos perdido en el túnel de la muerte y el desasosiego. Tal vez el silencio ahorco nuestras palabras y ahora yo me encuentro aquí, buscándote a tientas mientras el frío ahoga la esperanza de encontrarte de nuevo.

Por ello te invito a caminar a mi lado. Puede ser que se nuble el día como puede ser que...salga el sol.

Carlotta De Borbonet ©