jueves, 23 de marzo de 2023

SERENDIPIA (Libro: Cometas de Otoño, 2023)

 





“Así que esta es mi vida. Y quiero que sepas que estoy feliz como triste
y estoy tratando de averiguar cómo podría ser eso”.

Stephen Chbosky.

Y ahí lo supe, ahí mismo, mientras me levantaba de la cama y trataba de dejar de llorar forzando una ridícula sonrisa en mi rostro, que yo siempre me tendría a mí misma, que no se trataba de una idea vaga sino de una verdad inherente a mi personalidad. Me tenía a mí misma, aun cuando ni siquiera yo pudiera considerarme mi mejor compañía.

Pese a todos mis recuerdos me hacen un tris feliz, no puedo hacerme responsable de los actos de los demás. ¿Por qué debía yo de renunciar a ser lo que soy a cambio de afecto y aceptación? La gente simplemente pasa. Lo importante es seguir siendo uno mismo. Por ello, en todo ese caos que me parecía la vida, empecé a contemplarme todos los días con una discreta sonrisa.

¿Cuántos se quedarán conmigo después de la tormenta? En ese instante necesito de alguien que se asegure que la tormenta no solo haya pasado afuera, sino en el interior profundo de mi alma. Caerle mal a las personas es una virtud que hay que saber cultivar.

¿Me creerías que por más que intente no entregarme a las personas por completo, siempre acabo dándolo todo hasta quedarme vacía? Esa sensación de ser un maldito agujero del mundo donde llegan los otros a dejar sus porquerías, y el amor, para luego largarse dejando lo peor de ellos…no he dejado de sentir eso en un solo instante. No es que ahora decida rendirme, solo quiero aprender a estar sin nadie, saber que soy capaz de no volver a derrumbarme cada vez que un hijo de puta decida abandonarme.

Quiero pedir un deseo, ahora que no hay estrellas ni una maldita luna en el cielo. Porque a pesar del dolor y las consecuencias de mis actos, he sabido mantenerme firme peleando en contra. Hay algo que me dice que no debo rendirme aún. Y aunque muchas noches me he acostado pensando en dejar este mundo, aún permanezco viva. ¿Quién no desea un día desaparecer por completo, y al otro levantarse y continuar con su vida como si no hubiera pasado nada? Lo cierto es que he pasado demasiado como para ignorarlo. Pero entonces hago maniobras, invento juegos en los que el tiempo transcurre al margen de mis tristezas y los malos recuerdos. Me convenzo, al final, de que nada puede ocultar las huellas de cada persona que ha pasado por mi vida. Y los que se abandonan y dan a parar en las drogas, en el alcohol, en los libros, en terapias... Yo no he intentado borrar un solo rastro de mi pasado. Lo acepto. Es parte de lo que fui y lo que soy. Y si me veo luchando hoy en día contra algo, es contra mí. No puede ser posible, me digo a mí misma, que morir sea lo único que puedo ofrecerme.

Qué difícil reencontrarse a uno mismo teniendo tantos fragmentos por recoger, al llegar a los treinta, todos somos irreconciliables, todos estamos dispersos en distintos lugares en los que el amor y la amistad fueron solo simples palabras. Tal vez este escrito, sea la recopilación de esos fragmentos que, leídos en distintas épocas de mi vida, me pueden parecer “irreconciliables”.  Pero quizás sea todo lo contrario, y, el encuentro entre el pasado y presente de la vida, sirvan para defender mi posición frente al mundo. La vida es un defecto que solo puede pasar desapercibido dándole sentido a nuestros sueños.

A veces pienso que no he sido amada como realmente me lo esperaba. Y la gente puede asumir que esta orfandad me predispone a la tristeza. Sí, es así. A pesar del dolor y las consecuencias de mis actos, no me he mantenido firme peleando a la contraria. Hay un impulso, una inspiración a la derrota absoluta. El amor: la única fuerza que hace mover mi mundo.  No lo he vivido, ni le reconocería aun cuando estuviese cerca. Pero sé que vive, sé que existe, y yo lo espero. Hago cosas mientras lo espero. Quizás deba decir: «cuando el amor venga por fin a esta tierra árida que es mi alma, podré ser completamente yo». No es mala idea pensar que el amor no tenga que ver con nadie. Puede que sea algo más. Yo no sé. Tal vez una simple brisa acariciándome la cara: señal de que puedo ser libre estando sola, de que puedo ser feliz aun si decido seguir así…

Ya sé que te cansas de escucharme, escuchar mi historia repetida vez tras vez. Pero es que en mi cuarto aislado no tengo más opciones. Es frecuente encontrarme a mí misma parlando con el vacío, riendo o llorando. Es frecuente que la noche me sorprenda hablando con las nubes y me diga que es hora de olvidar la vida… «Hablas mucho» me dice la noche. Pero nunca ha dejado de oírme.

El poeta Gabriel Ferrater nos dice, quizás, que el dolor que más lastima, el que nos atormenta y nos transforma, es el que causamos a quienes nos importan. Ser dolor para otro. Nos indica que venimos de un lugar que no recordamos: la fragilidad. Sin embargo, el perdón y la herida, como un abrazo extraño, sólo pueden encontrarse cuando aceptamos que lo único perdonable es lo que es imperdonable. “Perdón por mí” no es otra cosa que aceptar, aunque la piedra lanzada ya no pueda detenerse, la rotunda humanidad que nos configura y que nos hace fallar. El perdón —pedirlo y brindarlo— es tener fe en lo que somos: subjetividad y memoria. Es pensar que mañana, con cicatrices, con las manos manchadas de dolor, podemos ser mejores y aceptarnos.


Julie Paola Lizcano Roa

Carlotta de Borbonet