“Así que esta es mi vida. Y quiero que
sepas que estoy feliz como triste
y estoy tratando de averiguar cómo podría ser
eso”.
Stephen Chbosky.
Y ahí lo supe, ahí mismo, mientras me levantaba de la
cama y trataba de dejar de llorar forzando una ridícula sonrisa en mi rostro,
que yo siempre me tendría a mí misma, que no se trataba de una idea vaga sino
de una verdad inherente a mi personalidad. Me tenía a mí misma, aun cuando ni
siquiera yo pudiera considerarme mi mejor compañía.
Pese a todos mis recuerdos me hacen un tris feliz, no
puedo hacerme responsable de los actos de los demás. ¿Por qué debía yo de
renunciar a ser lo que soy a cambio de afecto y aceptación? La gente
simplemente pasa. Lo importante es seguir siendo uno mismo. Por ello, en todo
ese caos que me parecía la vida, empecé a contemplarme todos los días con una
discreta sonrisa.
¿Cuántos se quedarán conmigo después de la tormenta? En
ese instante necesito de alguien que se asegure que la tormenta no solo haya
pasado afuera, sino en el interior profundo de mi alma. Caerle mal a las personas
es una virtud que hay que saber cultivar.
¿Me creerías que por más que intente no entregarme a las
personas por completo, siempre acabo dándolo todo hasta quedarme vacía? Esa
sensación de ser un maldito agujero del mundo donde llegan los otros a dejar
sus porquerías, y el amor, para luego largarse dejando lo peor de ellos…no he
dejado de sentir eso en un solo instante. No es que ahora decida rendirme, solo
quiero aprender a estar sin nadie, saber que soy capaz de no volver a
derrumbarme cada vez que un hijo de puta decida abandonarme.
Quiero pedir un deseo, ahora que no hay estrellas ni una
maldita luna en el cielo. Porque a pesar del dolor y las consecuencias de mis
actos, he sabido mantenerme firme peleando en contra. Hay algo que me dice que
no debo rendirme aún. Y aunque muchas noches me he acostado pensando en dejar
este mundo, aún permanezco viva. ¿Quién no desea un día desaparecer por
completo, y al otro levantarse y continuar con su vida como si no hubiera pasado
nada? Lo cierto es que he pasado demasiado como para ignorarlo. Pero entonces hago
maniobras, invento juegos en los que el tiempo transcurre al margen de mis
tristezas y los malos recuerdos. Me convenzo, al final, de que nada puede
ocultar las huellas de cada persona que ha pasado por mi vida. Y los que se
abandonan y dan a parar en las drogas, en el alcohol, en los libros, en
terapias... Yo no he intentado borrar un solo rastro de mi pasado. Lo acepto.
Es parte de lo que fui y lo que soy. Y si me veo luchando hoy en día contra
algo, es contra mí. No puede ser posible, me digo a mí misma, que morir sea lo
único que puedo ofrecerme.
Qué difícil reencontrarse a uno mismo teniendo tantos
fragmentos por recoger, al llegar a los treinta, todos somos irreconciliables,
todos estamos dispersos en distintos lugares en los que el amor y la amistad
fueron solo simples palabras. Tal vez este escrito, sea la recopilación de esos
fragmentos que, leídos en distintas épocas de mi vida, me pueden parecer
“irreconciliables”. Pero quizás sea todo
lo contrario, y, el encuentro entre el pasado y presente de la vida, sirvan
para defender mi posición frente al mundo. La vida es un defecto que solo puede
pasar desapercibido dándole sentido a nuestros sueños.
A veces pienso que no he sido amada como realmente me lo
esperaba. Y la gente puede asumir que esta orfandad me predispone a la
tristeza. Sí, es así. A pesar del dolor y las consecuencias de mis actos, no me
he mantenido firme peleando a la contraria. Hay un impulso, una inspiración a
la derrota absoluta. El amor: la única fuerza que hace mover mi mundo. No lo he vivido, ni le reconocería aun cuando
estuviese cerca. Pero sé que vive, sé que existe, y yo lo espero. Hago cosas
mientras lo espero. Quizás deba decir: «cuando el amor venga por fin a esta
tierra árida que es mi alma, podré ser completamente yo». No es mala idea
pensar que el amor no tenga que ver con nadie. Puede que sea algo más. Yo no
sé. Tal vez una simple brisa acariciándome la cara: señal de que puedo ser
libre estando sola, de que puedo ser feliz aun si decido seguir así…
Ya sé que te cansas de escucharme, escuchar mi historia
repetida vez tras vez. Pero es que en mi cuarto aislado no tengo más opciones.
Es frecuente encontrarme a mí misma parlando con el vacío, riendo o llorando.
Es frecuente que la noche me sorprenda hablando con las nubes y me diga que es
hora de olvidar la vida… «Hablas mucho» me dice la noche. Pero nunca ha dejado
de oírme.
El poeta Gabriel Ferrater nos dice, quizás, que el dolor
que más lastima, el que nos atormenta y nos transforma, es el que causamos a
quienes nos importan. Ser dolor para otro. Nos indica que venimos de un lugar
que no recordamos: la fragilidad. Sin embargo, el perdón y la herida, como un
abrazo extraño, sólo pueden encontrarse cuando aceptamos que lo único
perdonable es lo que es imperdonable. “Perdón por mí” no es otra cosa que
aceptar, aunque la piedra lanzada ya no pueda detenerse, la rotunda humanidad
que nos configura y que nos hace fallar. El perdón —pedirlo y brindarlo— es
tener fe en lo que somos: subjetividad y memoria. Es pensar que mañana, con
cicatrices, con las manos manchadas de dolor, podemos ser mejores y aceptarnos.
Julie Paola Lizcano Roa
Carlotta de Borbonet