domingo, 16 de septiembre de 2018

LAS ENFERMEDADES DE LA POSMODERNIDAD: UNA MIRADA DESDE EL ANÁLISIS EXISTENCIAL




Según Ávalos (2009) la posmodernidad es la instancia posterior a la modernidad, es entendida como el fin de la idea del hombre como motor del progreso, entre otros avatares. Al posmodernismo hay que enmarcarlo en la historia ya que este de alguna forma tiene un origen, sin embargo no podemos extendernos hacia el infinito o al inicio de la misma historia muchos siglos atrás ya que nos extenderíamos mucho.

Hay que ver que el posmodernismo no es una moda, ni una casualidad; implica una fuerte modificación de las condiciones culturales, a la par que una recomposición de las formas de la subjetividad. Responde a condiciones propias de la cultura, a la aparición de nuevas tecnologías y de nuevas enfermedades como: la depresión, la ansiedad, el cáncer de mama, las adicciones, problemas de tiroides, cáncer de colon, trastornos de alimentación, estrés postraumático, el Síndrome de Diógenes, trastornos de la personalidad, trastornos psicóticos, entre otros.

Estamos inmersos en un ritmo frenético y computarizado que nos hace ser más vulnerables en lo que respecta a nuestra salud mental. Según la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental en los últimos 50 años ha aumentado el número de pacientes con una patología mental y en particular con determinadas enfermedades asociadas a la depresión y la angustia. La tristeza, la depresión y el estrés son las enfermedades que más incapacidades y pérdidas de calidad de vida generan hoy en día. Los seres humanos postmodernos vivimos bien, pero padecemos socavones o angustias.

Hoy por hoy la psicología y la psiquiatría como disciplinas han contribuido en la búsqueda de solución a las problemáticas que surgen dentro de los diferentes contextos que hacen parte de la vida del ser humano, desde el análisis existencial propuesto por Viktor Frankl, se toma en cuenta por ejemplo: La importancia de abordar el historial vital de la persona con la cual se va a trabajar, acompañando al paciente/consultante en el “plano existencial”, lo cual implicaría que  no se recurre a métodos y técnicas rígidas para abordar las problemáticas, sino que en el proceso terapéutico, el terapeuta se  abre al paciente, disponiéndose de manera tal, que puede dejarse “tocar” por las problemáticas que trae el consultante (Binswanger, s.f citado en De Barbieri, 2002), buscando el sentido profundo de la enfermedad, pues es allí donde  al “juntarnos-con-el-otro”, podremos conmovernos con este. A esto llamado “junto-al-otro” es lo que los analistas existenciales llaman “encuentro”,  este intercambio bidireccional de diálogo profundo entre dos personas, cuya intención final es el descubrimiento del sentido, lo que en términos frankleanos, se denominaría autotrascendencia (Guberman, 2009).

Desde Wittgenstein hasta los teóricos contemporáneos de la literatura, los estudiosos han establecido que el lenguaje de la vida mental cobra significado a partir de su uso social. El significado de un “buen razonamiento”, o de “malas intenciones”, está determinado según se empleen tales expresiones en las relaciones que entablamos (Rozo, 2002). Los individuos, por sí mismos, no pueden significar nada: sus actos carecen de sentido hasta que se coordinan con los otros (Gergen, 1992).

Por ejemplo, dentro del contexto terapéutico, los terapeutas tienen un relato de cómo se desarrollan los problemas y cómo se disuelven o resuelven; lo mismo sucede con los consultantes. Bajo esta perspectiva los relatos y las narraciones en los que se sitúa una experiencia determinan el significado que le dan a la experiencia misma.  Y estos relatos son los que determinan la selección de los aspectos de la experiencia que serán expresados y la forma de dicha expresión, determinando a su vez, los efectos y orientaciones en la vida y las relaciones de la persona (Rozo, 2002).

Como se ha dado a entender, la psicología desde el análisis existencial rechaza cualquier tendencia reduccionista, de allí la importancia del estudio del ser humano como un ser integral, que tiende de forma natural a la autorrealización y al desarrollo de sus potencialidades. Desde el análisis existencial radica en la forma en cómo yo me reencuentro con el otro, donde en la participación co-existencial se despliega un reciproco afecto emocional, necesario e indispensable para que pueda darse una complementación y una completud de un nosotros con un tú.

En conclusión, como psicólogos nos veremos enfrentados a la naturaleza subjetiva inherente a la percepción humana, debido a nuestros métodos de intervención; sin embargo, esto no debe obstaculizar su aplicación en la búsqueda de la estabilidad y bienestar del consultante, que es para nosotros una responsabilidad social. Poner atención a los aspectos dolorosos y angustiantes de la existencia, facilita la conciencia de aquellos momentos llenos de placer y dicha. Después de todo, no debemos olvidar que nuestra conciencia funciona gracias a los contrastes. (Martínez, 2012)

Julie Paola Lizcano Roa
Psicóloga Universidad Santo Tomás
Especializada en pedagogía y docencia Universidad del Área Andina. 

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