Llegué de noche mientras Helena
se vestía de rojo carmín, allí estaba
su silueta reposando sobre cimientos
a imagen y semejanza de las flores
amarillas que se posaban justo detrás
de su jardín. Sus labios carnosos,
cubiertos de labial rojo, producían un
olor a frutas con fresa, y me dieron
ganas de besarle hasta la respiración.
Pero ella era Helena, una chica hermosa,
elegante, que no se iba a fijar en un tipo
como yo, que lo único que sabe hacer
es abrirle y cerrarle las puertas de su
coche cada vez que desea salir a dar
una vuelta, para luego terminar entre-
piernada con hombres que solo desean
"esa" parte de ella, y que todos sabemos
con exactitud qué es. Y por eso al final
de la noche, termino odiando a Helena
un poco más. Luego, yo termino en mí
habitación tomándome un trago amargo
de solo pensar que ella no está conmigo;
si supiera que escribo poesía, le escribiría
uno cada día para recordarle el color azul
que tienen sus ojos, y lo linda que camina
cuando se pone esos altos tacones negros
que le lucen con su collar de perlas blancas.
Cómo desearía acariciarle su rostro y decirle
que su mirada tiene un toque de tristeza de
infancia, que su vacío se pronuncia justo en
el tono de su voz y que odia la vida porque
creo entender cuando ella desea llorar y
se toca el pecho como si tuviera un grito
ajustado debajo de la garganta. Y lo único
que puedo hacer yo para consolarla, es
intentar cada vez que ella me necesite
abrirle y cerrarle la puerta con toda
la elegancia y el cariño que ella
se merece. Pues todos sabemos
que la poesía no es suficiente
para salir de la miseria.
Carlotta de Borbonet©
Julie P. Lizcano Roa