viernes, 24 de abril de 2020

HELENA




Llegué de noche mientras Helena
se vestía de rojo carmín, allí estaba
su silueta reposando sobre cimientos 
a imagen y semejanza de las flores 
amarillas que se posaban justo detrás 
de su jardín. Sus labios carnosos, 
cubiertos de labial rojo, producían un 
olor a frutas con fresa, y me dieron 
ganas de besarle hasta la respiración. 
Pero ella era Helena, una chica hermosa, 
elegante, que no se iba a fijar en un tipo 
como yo, que lo único que sabe hacer 
es abrirle y cerrarle las puertas de su 
coche cada vez que desea salir a dar 
una vuelta, para luego terminar entre- 
piernada con hombres que solo desean 
"esa" parte de ella, y que todos sabemos 
con exactitud qué es. Y por eso al final
de la noche, termino odiando a Helena 
un poco más. Luego, yo termino en mí 
habitación tomándome un trago amargo 
de solo pensar que ella no está conmigo; 
si supiera que escribo poesía, le escribiría 
uno cada día para recordarle el color azul 
que tienen sus ojos, y lo linda que camina 
cuando se pone esos altos tacones negros 
que le lucen con su collar de perlas blancas. 
Cómo desearía acariciarle su rostro y decirle 
que su mirada tiene un toque de tristeza de 
infancia, que su vacío se pronuncia justo en 
el tono de su voz y que odia la vida porque 
creo entender cuando ella desea llorar y 
se toca el pecho como si tuviera un grito 
ajustado debajo de la garganta. Y lo único 
que puedo hacer yo para consolarla, es 
intentar cada vez que ella me necesite 
abrirle y cerrarle la puerta con toda 
la elegancia y el cariño que ella 
se merece. Pues todos sabemos 
que la poesía no es suficiente 
para salir de la miseria.

Carlotta de Borbonet©
Julie P. Lizcano Roa

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