Cuando Macondo bajó al solar de su casa en la mañana mientras un sol resplandeciente cubría el cielo con una centelleante luz amarilla, calló de rodillas sobre el pasto verde oscuro intentando inhalar el aire que no hallaba con cada inhalación. A Macondo se le notaba como si llevara cargado sobre su espalda ese pobre destino turbado por los recuerdos que gobernaban su vida hacía ya varios años. Arriba, al fondo de un corredor largo y estrecho en una habitación contigua al estudio, una soga amarrada al cuello de su amada la aprisionaba con tal fuerza que la tortura se hacía incomprensiblemente prolongada. Macondo al saber lo que se avecinaba y con la mano armada hasta su sien mientras rezaba una plegaria, disparó.
Julie P. Lizcano Roa
Carlotta de Borbonet
2019-20
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