«LA NOCHE
OSCURA DE MI ALMA»
Me hallo sentada a la
orilla de mi cama, perdida en mis pensamientos, mientras mi pecho se expande y
se encoge tratando de darle una bocanada de aliento a la existencia. Esa
necesidad de alivianar el dolor que se perpetua hasta mis tuétanos me hace
pensar en todos aquellos prejuicios y pasiones, que de alguna forma me hacen
bajar la cabeza, como acto de rendición. En una orilla de mi habitación, se
encontraba Ella, sollozando, como en una especie de lamentación perpetua…su
cabello se desparramaba sobre sus hombros, mientras que de su vestido blanco
emanaba una luz blanca fosforescente, que me hacía cerrar y abrir de manera
continua mis ojos. Allí estábamos las dos solas… existiendo.
Oscilaban los minutos,
entre reflejos, sombras, voces y yo allí diminuta e insignificante entre cada
emoción y cada pensamiento que me sobrepasaban y me remolinaban dentro de un
tumulto de ideas que no me permitían estar en calma. Y así fue
cómo me encontré andando en aquella habitación con extrema rapidez de un lado
para el otro, hiperventilando, tensa, sin entender dichas gesticulaciones que
se producían en mi cada vez que intentaba sobrevolar la desdicha.
Me
pregunte entonces, ¿Dónde estaba en mí, aquel espíritu de paz que me llevaría a
la transición de la calma que en ese instante tanto necesitaba? Mi cuerpo
parecía contenido en una especie de cárcel emocional, desesperada ante la
impotencia de las circunstancias que se me avecinaban, me sentía hundida súbitamente
e irremediablemente aniquilada ante semejante presencia visual, táctil y
auditiva, y a eso se sumaba esa sensación de terror que se siente cuando has
corrido inconscientemente ante un peligro inminente. Temblaba, y pensaba en la
muerte... en mi muerte. Acabar con todo de una vez.
Después
de unos instantes, sentí como la fatiga me arrodillaba ante dicha sombra, me
quitaba poco a poco las pocas fuerzas que tenía, la esperanza, hasta mi
juventud. Presentía que lo que vendría no era nada bueno, esa tristeza
despiadada que se apoderaba de mi me hacían actuar de tal manera que me hacían
odiarme a mí misma…sentir vergüenza…menosprecio…lastima.
Me
declaré entonces contra mí misma y herí mi Ser, era una escena penosa que me
causaba malestar, pero a la vez alivio exterior, físico. Era una descarga
placentera, para otros tal vez, que no entienden mi sufrimiento, indescifrable.
¡Y si! Me rendí. Y ahora cargo con ese fardo aún más pesado…la desagradable culpa.
Carlotta de Borbonet
Julie Paola Lizcano Roa