¿Y SI YO FUERA NADIE?
Me detuve frente al espejo y no vi nada. No era un truco de la luz ni
una trampa del sueño: sencillamente, no había nadie. Los bordes del reflejo
eran tan reales como el frío que trepaba por mi espalda, pero el centro estaba
hueco. Allí donde debía estar mi rostro, mis ojos, mi historia, no había más
que un vacío tenue, como el silencio después de una explosión. Me pregunté
entonces si alguna vez había sido alguien, o si siempre fui este hueco bien
vestida, educada, útil… pero sin nombre. ¿Y si yo fuera Nadie?
Ser Nadie no es no existir, es existir sin peso. Es caminar por las
calles con los pasos de otro, con las palabras de otro, con los miedos
heredados como una maleta sin dueño. Ser Nadie es responder al llamado de un
nombre que no duele, porque no pertenece. Es una forma de sobrevivir, quizá la
más cobarde, quizá la más honesta. Porque el que es Nadie ya no necesita
justificar su paso por el mundo. Su sola presencia no deja huella, y por tanto,
no tiene deuda con el tiempo.
Pero hay una trampa: Nadie también siente. En lo profundo de su
anonimato, bajo capas de neutralidad aprendida, hay un temblor. Un deseo
secreto de ser descubierto, de ser mirado a los ojos y que alguien diga: “Ahí
estás”. No por lo que haces, ni por lo que aparentas, sino por lo que callas.
Nadie lleva dentro un grito que no sabe pronunciar, una infancia no contada, un
amor que se rindió antes de empezar. Y eso, eso también es existir, aunque
duela.
A veces creo que todos hemos sido Nadie alguna vez. En la noche callada,
cuando la ciudad duerme y no queda más que enfrentarse al propio pensamiento,
todos hemos sentido ese desgarro leve de no saber quién se es. Algunos lo
niegan, otros lo escriben. Yo lo contemplo como quien observa una flor marchita
en el fondo de un vaso: inútil, hermosa, inevitable. Tal vez ser Nadie es una
estación, no un destino. Un espacio en blanco entre dos frases importantes.
Y, sin embargo, hay algo sagrado en ser Nadie. En no tener un molde que
romper, en ser libre de la presión del ser. Tal vez ahí, en ese despojo,
empieza la verdadera posibilidad de ser Alguien. Alguien que no se define por
la mirada ajena, sino por la íntima decisión de existir con autenticidad. Y si
hoy soy Nadie, entonces que el silencio me abrace. Porque desde el abismo
también se puede nacer.
Carlotta de Borbonet
Julie Paola Lizcano Roa
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