Si un Dios ha
hecho ese mundo, yo no quisiera ser ese Dios.
La miseria del
mundo me desgarraría el corazón.
(Arthur Schopenhauer)
Yo siempre he pensado que no
pertenezco a este mundo, que no soy como los demás (y que considero tengo más
defectos que virtudes), es como vivir con un nudo atado en la garganta, y así
con todo y ello, me he ido autodestruyendo de tal forma que a mis treinta y
pico años siento que ya no tengo nada que aportarle a este mundo. La vida, creo
yo, es tan miserable e insignificante que cualquier esfuerzo que hagamos
terminará indudablemente con la muerte. Incluso si el ser humano se le fuese
dado el poder de la infinitud (infinitum), está sería tan rígida e
inmutable que a su inteligencia le parecería un camino tan monótono y le
inspiraría un disgusto tan grande, que para verse libre de ella concluiría por
preferir la nada o el mismísimo absurdo. Pues es evidente que el ser humano de
hoy, con la inmediatez a la que hemos sido llevados por la era tecnológica, no
sería feliz en ningún mundo donde este sea colocado, ya que este mismo se
encargaría de caer en las miserias, tormentos y hasta sus propios sufrimientos.
La vida es un ensueño…esta vida franca y abierta que se expresa en
los azares de los hombres y mujeres que se resisten como organismos a la
muerte, que exponen a sus hijos a los riesgos de los crepúsculos de un mundo
que nunca estuvo preparado para ellos. Pero, respecto a esta perorata de
palabras (que para muchos no tienen ni tendrán tal vez, ningún fundamento) me
pregunto: ¿Dónde está esa nada, cuyo abismo temo? Antes de responder a
dicha pregunta…Quisiera dedicar un instante en reflexionar sobre dos hipótesis:
“Y si el deber del ser humano no es sufrir”; “Que quizás, nuestra existencia no
tiene como fin inmediato el dolor porque tal vez sería absurdo admitir que la
miseria que nos acompaña desde nuestro nacimiento es inherente y que quizás
solo sea una coincidencia, un accidente al azar y así mismo, no su misma
finalidad” … Pero… pensándolo bien estas hipótesis serían más utopía que
realidad.
Regresando a la pregunta que elabore anteriormente quiero
responder de la siguiente manera:
Al advertir la vida de los seres humanos en este mundo, es
evidente que cualquier insignificancia ya nos produce un malestar y un sosiego
que a muchos les causa una profunda depresión, parece ser que la desdicha es la
regla general de nuestra existencia…incluso la más leve alegría nos genera
culpa y vergüenza, como si de alguna forma no la mereciéramos por el simple
hecho de ser lo que somos. No apreciamos, ni valoramos lo más insignificante,
pues vivimos sometidos a preocupaciones absurdas que hoy son la pandemia del
mundo emocional. Todo aquello que consideramos que está bien, que nos genera
felicidad, toda esa satisfacción que sentimos allí en la punta de nuestro
ombligo… en la diástole y sístole de nuestro corazón, de alguna forma tiene
algo negativo, porque suprime de una vez ese deseo y finalmente caemos en la
penumbra de la negatividad. Añado a esto, que definitivamente puedo decir que
nuestras alegrías están muy por debajo de nuestras esperanzas.
Muchos dicen que, para aminorar nuestro dolor, debemos compararlo
con aquellos que son más desventurados; como por ejemplo aquellos que están
viviendo alguna enfermedad terminal, persecuciones, ruinas, guerras, hambrunas,
mutilaciones, desplazamientos. Pero la vida del ser humano actual y obviamente
el que nos ha presentado la historia, ha sido siempre estar en constante
combate (sea consigo mismo o con los demás), la vida es una guerra sin tregua.
Pero, si el barco en ocasiones, ha aprendido a navegar sin
viento…la vida con sus tormentos, penas y miserias necesita esto como lastre para
tenerse a plomo y por lo menos intentar navegar derecho. Pero no hay que perder
la cabeza mirando la finitud de la nada que nos presenta el mar, ya que la vida
es una tarea que hay que ir realizando paso a paso…evidentemente el mundo es un
infierno, pero saberlo no genera ningún consuelo, aunque nos turbemos en
optimismos o logremos la beatitud llamada Nirvana, las fatalidades están
a una vuelta de la esquina…por más que nuestro mundo haya sido creado por un
ser divino, sabio, bueno y poderoso, hay aquí una antinomia aún sin resolver.
Continuando mi reflexión, es cierto que en el mundo existen
innumerables sufrimientos, y entendiendo esto en el sentido metafísico, existe
una culpa per se que indudablemente está originada en la religiosidad de
la humanidad y que de alguna forma nos pone un velo alegórico, es como si
constantemente estuviésemos viviendo en penitencia. Pues algunas religiones
lastimosamente consideran que la existencia es una falta, o una especie de
caída. En conclusión, los ser humanos, llevamos en este mundo la pena de
nuestra existencia y cada uno debemos “arreglárnosla como podamos” y esto a
veces nos lleva a ponernos en el lugar del otro y expresarnos de manera justa
ya que nos recuerda la necesidad de ser tolerantes, de ser pacientes, de ser
quizás indulgentes, y de intentar amar al prójimo (aunque siempre sintamos que
somos deudores de algo).
Algunos filósofos consideran que los primeros años de vida,
estamos menos preocupados por las miserias del mundo…pero en mi caso, desde muy
pequeña me ha abordado una sensibilidad casi absurda, que hasta ver llover
generaba en mí una profunda y silenciosa melancolía, ir al mar era como si me
invadiera la sensación de que somos tan insignificantes en este mundo, que solo
al plasmarlo en forma de poesía podía de alguna forma alivianar esa sensación
que me calaba en lo profundo de mi alma. Toda mi vida ha estado dominada por un
absurdo sentimiento de temor, porque desde mis cortos 4 años me di cuenta que
la felicidad solo era una quimera, y que sólo el sufrimiento es real. Considero
que mi espíritu siempre ha sido sensato y que lo más vivos goces aspiran a la
tristeza, a un cierto estado de vulnerabilidad (que de alguna forma me genera
cierta vergüenza) …sin embargo, este mismo ruido que generó en mí un profundo
dolor por la vida despertó en mí el sentimiento de la muerte y finalmente a mis
quince años concluí, que tarde o temprano: ¡Sucederá!
Por ello creo, que a lo que me atañe ese miedo a la Nada, hace
parte de una historia recorrida que no es más que una serie no interrumpida de
reveses y desgracias, que intento ocultar y callar. Pues en la felicidad
siempre ha de proyectarse una sombra, y el porvenir es tan incierto que desde
lo físico caminar hacia adelante implica una caída, una muerte aplazada, un
tedio combatido, una competencia sin tregua, una actividad impuesta con una
extremada tensión de todas las fuerzas del cuerpo y del espíritu; tanto
esfuerzo, de alguna forma nos mantiene en una miseria resistible, en una
relativa ausencia de dolor (como una especie de placebo de la felicidad), una
metamorfosis que nos ayuda a aligerar las cargas, a huir del hastío, matar el
tiempo, y finalmente liberarnos de la miseria moral, religiosa y material.
Julie Lizcano
Carlotta de Borbonet
Libro: Buceando entre la Nada del subsuelo – Capitulo
19. (2024-25)
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