A CALLIOPE
«A mi madre, donde sea que
se encuentre…»
Esta noche he de escribirle a Calliope,
porque dentro de mis saudades me he obligado
a recordarla. Aún, en lo frágil y deleznable voy callada.
Puede que me hagan añicos las palabras,
pero he de hacer un trazo loxodrómico a las
pústulas que su partida ha dejado.
Oh mujer de voz hermosa, mujer excéntrica y
de pechos voluptuosos, que como diosa de suave
andar, ha dejado en un arrabal parte de un cuerpo,
que con gritos de desesperanza, llora al perder el calor de
un pecho materno, aún como cadáver sepultado,
añorando su regreso.
Empero mi caída era cierta y arriba,
sobre las murallas, comenzó su lamento, llorando se
encontraba Calliope bajo sentimientos y recuerdos
de nuestros días que como música de noche, lejana,
se apartaron para siempre nuestras vidas. Más mientras
ella implora y suplica, la imagen escucha, grave
y acongojada, pues sabe que no ha de volver
ya el hijo que ella ha dejado.
Y yo…en el azul esplendoroso de un mar de
la mañana, de un cielo sin nubes te vi partir; aún hoy,
en esta oscuras pieza donde paso días agobiantes,
voy y vuelvo arriba y abajo para hallar las puertas y
encontrar el consuelo. Mas las puertas no están, o no puedo
encontrarlas. Y mejor quizás no las halle,
como no he de hallarte a ti…Imperceptiblemente
fuera del mundo me encerraron.
Ahora en mí disipada juventud, aún donde la
melancolía me encuentra, lo he perdido todo, como
si nunca siquiera hubiera existido. A través de la imaginación,
a través de falsas sensaciones busco desesperadamente
unos brazos intentando sentir de nuevo tu calor.
Llena mi alma esta de pena por ti, mi hermosa
Calliope, aún sé que no he de juzgarte y
mal haría en hacerlo, pero siento una tristeza
profunda, pues tu muerte prematura me ha obligado
a darte forma en alegría y en tristezas, con tantas
circunstancias, con tantas cosas, y todo entera te has
trocado en sentimiento, para mí.
Calliope, en mis responsos estarás por siempre y
en medio del temor y las sospechas, con espíritu agitado
y ojos de pavor, es mi deber dejarte partir,
con los ruegos y lamentos de los cobardes, es mí
deber decirte Adiós, Urano te espera, sus puertas
están abiertas ahora para ti, yo he de quedarme
con Gea, ella ha de cuidarme.
No te preocupes por mí, vete y vuelve cuando
quieras que cuando cierre y vuelva abrir
mis ojos a la luz del día sabré que tu partida
no fue en vano.
Euterpe
(17-12-2010)