Abuelos,
tías… ¿cómo está el cielo?, es la pregunta que me he hecho todas estas noches a
los que ya no están aquí, como si me fuesen a responder a la pregunta de la
muerte, de la inexistencia, del más allá. Como ser humano, soy finita y
en medio de esa finitud recorro los caminos de la
existencia con un presuntuoso nunca,
infundado por esta fatalidad que camina
conmigo,
mientras en mis manos se resbala
el desaliento y la fatiga. Como ser humano, soy finita y en medio de esa
finitud una opresora sensación de pesadez y cansancio tortura mi interior, quiero
ir a verle y así jurarle a Dios que mi mayor deseo es despertar con fuerza y
firmeza de las sombras oscuras donde permanezco. Como ser humano, soy finita y
en medio de esa finitud quisiera vivir sin perecer, abandonando las penas y el
dolor, a lo que ya no es nada sino sombra ¡ Oh Dios, qué prueba de la existencia
habrá para mí, que la lucidez de tu mismísima presencia! No encuentro la victoria celeste que recobre el cariño, y que
envuelva los caminos de deseos que galopen en mi corazón. He derrochado la vida por cielo y tierra, y de a mitades naufragan los recuerdos
de infancia que vagan por las calles, barridas por los vientos gastados,
de destinos sin dirección ni alojamiento. La vida reclama, mientras
la muerte espera como un arroyo sin caminos a la mar,
pero la vida prevalece, frágil, distante y sin anhelos. Acorralada
está ella, marchita y sin llamarada que la alumbre, se esfuerza, lucha, se resiste, mientras un afecto profundo llega, y así transformar el gemido en consuelo. El corazón ciego y derrochado como un cadáver, cosido por hilos de perdón que descansa sobre sus
latidos, mientras un clamor de victoria aplaca su sufrimiento. Besar
al amor quisiera, que me ayude ante este fatal derrumbamiento, pero aumenta mi infortunio, ya la muerte ha anunciado mi nombre, estoy
perdida en lontananza, las flores se marchitan, caen las
hojas mientras mi alma asciende al cielo. Los astros se estremecen de esta pena mía que ya no tiene
importancia, enfrentaré cara a cara a la muerte, y pintare
los cielos con los colores del arco iris para firmar en el firmamento, mi recuerdo.
No cabe duda que el caminante (es decir todos nosotros como humanos) no
solo ha de crear el camino, sino comprender que también él es el camino, no es
de otra forma que los escritos surgieron y que se perpetúan. Porque es cierto que no retornaremos,
leeremos y se escribirán libros que hablarán de nosotros y de nuestras
aventuras, llegaremos a la vejez solo para contarle al mundo, que el amor
perenne si existe y que vivir en la cima de una montaña sin pensar en que hay
más colinas por recorrer como lo decía Mandela también es posible, y por eso se
vive, como lo decía Benedetti, se existe para contar la vida, se existe porque
el alma necesita de las historias, de los versos, de palabras que agudicen nuestros sentidos. Se existe
porque las palabras nos dan el oxígeno que necesitamos cada día para respirar.
Se existe porque no nos sirve cerrar los ojos cada día simplemente para
olvidar. Se existe porque necesitamos aprender a morir en silencio. Se existe
para encontrarnos en lo perdido, en lo vago, en la nada y así poder levantarnos
cada vez que nuestro cuerpo no puede aguantar más. Se existe para huir del
miedo, de la soledad, del insomnio, de las voces incesantes que no callan. Se
existe para orarle a Dios y exaltar en ella nuestras pobres plegarias. Se
existe porque estamos envejeciendo en el apuro del tiempo. Se existe porque ya
no nos queda nada más qué hacer. Pero, ante todo, se existe para aprender a ser
felices, aunque nos cueste la vida, y todas las letras del mundo.
Carlotta de Borbonet©
Juli P. Lizcano Roa
INDICIOS 2019-20