Brindemos
por las sombras del amor, por la existencia, por la noche que expía a
terciopelo; brindemos por los que consuelan a otros sin haberlos llamado, por
esta alegoría pausada que se disuelve en el Oeste de nuestro pecho, por el
poniente que se deslíe en nuestras venas, por esas alas de almendras llamadas
Rocío, por ese muchacho que reclina la voz en un pájaro color amarillo y negro,
por ese eco que descansa en los caminos que enjuagan las estrellas, por ese
amor antiguo que no cabe en el pañuelo y que se convierte en canto, por el mar
que se acuerda de la tierra en iguales proporciones que las estrellas se
acuerdan de la Luna, pues en este juego de la vida donde nos empeñamos por
diferenciarnos hay una palabra sedienta de ser escuchada y un corazón vago que
calla al firmamento.
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