Según
Ávalos (2009) la posmodernidad es la instancia posterior a la modernidad, es
entendida como el fin de la idea del hombre como
motor del progreso, entre otros avatares. Al posmodernismo hay que
enmarcarlo en la historia ya que este de alguna forma tiene un origen,
sin embargo no podemos extendernos hacia el infinito o al inicio de la misma
historia muchos siglos atrás ya que nos extenderíamos mucho.
Hay
que ver que el posmodernismo no es una moda, ni una casualidad; implica una
fuerte modificación de las condiciones culturales, a la par que una
recomposición de las formas de la subjetividad. Responde a condiciones propias
de la cultura, a la aparición de nuevas tecnologías y de nuevas enfermedades
como: la depresión, la ansiedad, el cáncer de mama, las adicciones, problemas
de tiroides, cáncer de colon, trastornos de alimentación, estrés postraumático,
el Síndrome de Diógenes, trastornos de la personalidad, trastornos psicóticos,
entre otros.
Estamos
inmersos en un ritmo frenético y computarizado que nos hace ser más vulnerables
en lo que respecta a nuestra salud mental. Según la Fundación Española de
Psiquiatría y Salud Mental en los últimos 50 años ha aumentado el número de
pacientes con una patología mental y en particular con determinadas
enfermedades asociadas a la depresión y la angustia. La tristeza, la depresión
y el estrés son las enfermedades que más incapacidades y pérdidas de calidad de
vida generan hoy en día. Los seres humanos postmodernos vivimos bien, pero padecemos
socavones o angustias.
Hoy
por hoy la psicología y la psiquiatría como disciplinas han contribuido en la
búsqueda de solución a las problemáticas que surgen dentro de los diferentes
contextos que hacen parte de la vida del ser humano, desde el análisis
existencial propuesto por Viktor Frankl, se toma en cuenta por ejemplo: La
importancia de abordar el historial vital de la persona con la cual se va a
trabajar, acompañando al paciente/consultante en el “plano existencial”, lo
cual implicaría que no se recurre a
métodos y técnicas rígidas para abordar las problemáticas, sino que en el
proceso terapéutico, el terapeuta se
abre al paciente, disponiéndose de manera tal, que puede dejarse “tocar”
por las problemáticas que trae el consultante (Binswanger, s.f citado en De
Barbieri, 2002), buscando el sentido profundo de la enfermedad, pues es allí
donde al “juntarnos-con-el-otro”,
podremos conmovernos con este. A esto llamado “junto-al-otro” es lo que los
analistas existenciales llaman “encuentro”, este intercambio bidireccional de diálogo
profundo entre dos personas, cuya intención final es el descubrimiento del
sentido, lo que en términos frankleanos, se denominaría autotrascendencia (Guberman, 2009).
Desde
Wittgenstein hasta los teóricos contemporáneos de la literatura, los estudiosos
han establecido que el lenguaje de la vida mental cobra significado a partir de
su uso social. El significado de un “buen razonamiento”, o de “malas
intenciones”, está determinado según se empleen tales expresiones en las
relaciones que entablamos (Rozo, 2002). Los individuos, por sí mismos, no
pueden significar nada: sus actos carecen de sentido hasta que se coordinan con
los otros (Gergen, 1992).
Por
ejemplo, dentro del contexto terapéutico, los terapeutas tienen un relato de
cómo se desarrollan los problemas y cómo se disuelven o resuelven; lo mismo
sucede con los consultantes. Bajo esta perspectiva los relatos y las
narraciones en los que se sitúa una experiencia determinan el significado que
le dan a la experiencia misma. Y estos
relatos son los que determinan la selección de los aspectos de la experiencia
que serán expresados y la forma de dicha expresión, determinando a su vez, los
efectos y orientaciones en la vida y las relaciones de la persona (Rozo, 2002).
Como se ha dado a entender, la psicología desde el
análisis existencial rechaza cualquier tendencia reduccionista, de allí la
importancia del estudio del ser humano como un ser integral, que tiende de
forma natural a la autorrealización y al desarrollo de sus potencialidades. Desde
el análisis existencial radica en la forma en cómo yo me reencuentro con el
otro, donde en la participación co-existencial se despliega un reciproco afecto
emocional, necesario e indispensable para que pueda darse una complementación y
una completud de un nosotros con un tú.
En conclusión, como psicólogos nos veremos enfrentados a la
naturaleza subjetiva inherente a la percepción humana, debido a nuestros
métodos de intervención; sin embargo, esto no debe obstaculizar su aplicación
en la búsqueda de la estabilidad y bienestar del consultante, que es para
nosotros una responsabilidad social. Poner atención a los aspectos dolorosos y
angustiantes de la existencia, facilita la conciencia de aquellos momentos
llenos de placer y dicha. Después de todo, no debemos olvidar que nuestra
conciencia funciona gracias a los contrastes. (Martínez, 2012)
Julie Paola Lizcano Roa
Psicóloga Universidad Santo Tomás
Especializada en pedagogía y docencia Universidad del Área Andina.
Julie Paola Lizcano Roa
Psicóloga Universidad Santo Tomás
Especializada en pedagogía y docencia Universidad del Área Andina.