Y si
el cielo se hundiera entre olas de playas saladas, y del mar lloviera granizo
de estrellas, quizás la felicidad no sería una utopía y la vida tendría un
mayor sentido. Lloraríamos carcajadas de alegría
y reiríamos de espasmos llenos de ilusiones y sueños. Los viejos
no serían tan viejos y los niños se columpiarían en nubes de barro hechos
dinosaurios de colores psicodélicos como sus amigos imaginarios, que serían también
nuestros amigos. El arco iris tendría escaleras cubiertas en
salsa de chocolate y la tristeza no la conocería nadie. El sufrimiento tan solo
sería una palabra más del diccionario de mitologías y cuentos.
Los laberintos de Sábato serían carruseles en forma de
unicornios a cambio de caballos blancos desgastados por el óxido y el
tiempo. La soledad viviría entre nosotros y el miedo a morir no existiría,
porque ya vives en el paraíso. El ocaso compartiría las tardes con la Luna
y la noche sería iluminada por el sol mientras el tiempo espera su destino, que
no dependerá de él, sino de nosotros. Los humanos seríamos infinitos como
los dioses, aunque pocos tendrían ese privilegio. La muerte llegaría en el sexo
y la vida de un simple suspiro producto de la unión de dos almas bendecidas por
los ángeles, esos amigos de los dioses puros y rebeldes ante la
existencia. La música sería el producto de una exhalación con ritmos brillantes
al son de los días y los meses del año. Las raíces de los árboles serían
finitas y conectarían los continentes bajo puentes subterráneos como
los de "Alicia en el país de las maravillas". Los idiomas
serían tan universales que un beso como saludo y un abrazo como despedida
sería suficiente. La guerra entre el cielo y el infierno no existiría porque el
odio, la arrogancia y la desmesura es para los inexistentes que no son capaces
de comportarse como humanos, ya que por alguna razón no han desarrollado
un corazón suficientemente apto para abarcar esos sentimientos
que brotan del pecho cuando alguien hace las cosas con amor y pasión. Por
eso, si el cielo se hundiera entre olas de playas saladas, y del mar
lloviera granizo de estrellas, la felicidad no sería una utopía y la
vida tendría un mayor sentido.
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