Convaleciente iba él con
una herida de amor que
rasgaba el costado de
su pecho, ansiando con
locura rosar sus labios
en alguna boca con
sabor a canela, donde
pudiese reposar las
caricias de la madrugada
antes de que sus ojos se
queden sin aliento y sus
parpados se salpiquen
de lágrimas frías y saladas.
La ruleta de la vida gira
paralelamente sobre la
verdad, mientras su
felicidad se apaga entre
puñales de arpegio,
donde la lluvia sonríe,
meneando sus manos
en señal de despedida.
Carlotta De Borbonet ©
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