martes, 25 de agosto de 2015

EL MATRIMONIO Y LA CONCUPISCENCIA EN SAN AGUSTIN

Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor, si perdonas, perdonarás con amor. San Agustín
El matrimonio es definido por la Real Academia Española como: “Unión de hombre y mujer, concertada mediante ciertos ritos o formalidades legales, para establecer y mantener una comunidad de vida e intereses”, a lo anterior se suma que el matrimonio es obra de Dios, y todos aquellos que no nacen de tal unión contraen el pecado original y estarán bajo el dominio de diablo sino renacen de Cristo, de aquí la importancia de hablar sobre las bondades que trae el matrimonio de la concupiscencia carnal:  

Es importante comprender que no es posible estudiar el desarrollo del pensamiento cristiano acerca del matrimonio sin referencia a San Agustín pues el matrimonio para San Agustín es un don de Dios, especialmente cuando está regido por actitudes que llevan a la castidad conyugal, además él ve el matrimonio como caracterizado esencialmente por tres elementos o propiedades principales cada uno de los cuales muestran la bondad y la grandeza de la relación matrimonial, tan convencido está de que cada una de estas características apunta a la bondad del matrimonio, que se refiere a cada una no meramente como una propiedad o una característica, sino como algo bueno, como un valor singularmente positivo, de aquí surgen: la prole, la fidelidad, y el sacramento; si obtienen esto, obtendrán del matrimonio la recompensa de la plena felicidad, sea en un matrimonio monógamo o en un matrimonio polígamo; y si no es la felicidad es obscenidad para los que pecan, ardor de los amores lascivos, y falta de pudor en el matrimonio, citando a San Agustín:

El marido dé a su mujer lo debido, e igualmente la mujer al marido. La mujer no tiene potestad sobre su cuerpo, sino el marido; igualmente, el marido no tiene potestad sobre su cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro, a no ser por consenso y de forma temporal, para daros a la oración; en seguida volved a uniros, para que Satanás no os tiente por vuestra incontinencia.  (p. 8)

Por otro lado está la concupiscencia sexual la cual es un desorden moral y por tanto siempre un mal. El deseo sexual (así como el placer sexual) no es un mal sino un bien, siempre que se dirija al amor conyugal, se le subordine, y así se convierta en parte propia de ese amor. El deseo sexual es parte del amor conyugal; la concupiscencia, aunque también presente en el matrimonio, no lo es. Se suma a lo anterior que el matrimonio debe estar basado en la voluntad de la pasión y no en la voluntad de la procreación, sin embargo engendrar es propio de la naturaleza del matrimonio, pero cuando es hecho por infieles, lo convierten en mal y pecado, ya que los infieles no poseen la verdadera pureza, como lo fueron siglos atrás Adán y Eva; ya que desde que el hombre transgredió las leyes de Dios ha de dominar la vergonzosa concupiscencia de la carne. En este orden de ideas, para evitar la fornicación cada hombre debe tener a su mujer, y cada mujer a su marido para que así no caigan en la enfermedad de la incontinencia que podría ser contrarrestada por la honestidad y la fidelidad, como un bien natural. Pues la concupiscencia carnal no se atribuye al matrimonio, sino a pecados anteriormente adquiridos, lo ideal es hacer la redención del cuerpo como objeto de esperanza, que renace del agua y del espíritu. 

Finalmente, aunque el matrimonio sea un bien y una obra de Dios, existen excesos conyugales que conllevan a los esposos a un pecado venial, y que los hace alejar de la prole, esclavizando sus actos con toda desvergüenza e indecencia en un acto transitorio que no permanece sino hasta ser perdonada, allí se conservará la esperanza de la redención, la concupiscencia desaparecerá, la carne será sanada de la peste y la enfermedad y se revestirá de inmortalidad y permanecerá siempre en la eterna beatitud, como  lo va a resaltar San Agustín: “no está al alcance de su mano hacer el bien, sino realizarlo en plenitud”. En este orden de ideas feliz aquellos a quienes les han perdonado y liberado de los pecados, feliz aquellos a quien el señor a imputado pecados. 

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