jueves, 20 de agosto de 2015

FRAGMENTO # 144 (POLO A TIERRA)



“Entrar vuelto mierda para salir vuelto mierda”, es el lema de aquellos que hemos ido al psicólogo alguna vez en nuestra vida, nos descomponemos en palabras narrando historias, mientras nos damos cuenta de la cruel realidad, pues somos víctimas del olvido y de la extraña geografía de los recuerdos que difusos hunden nuestros miedos por las venas rotas donde naufragamos cada noche. A veces extendemos nuestras manos hacia ese “otro” que nos está escuchando esperando hallar algo de aliento, pero nos encontramos ante el vacío más extraño, más prófugo, más efímero. Las paredes se ensanchan y se comprimen al latido de tu corazón que se acelera y se desacelera al ritmo de tu silencio, que a su vez asalta tus miedos mientras caminas en círculos huyendo del abatimiento de cristal que se rompe poco a poco entre intervalos de desconcierto y desmán; te sientes como si estuvieses en un país extraño, pero sobre todo por tanta soledad tan hijueputa, porque por más que tratas no hay palabras para expresar lo que sientes, mueres por dentro y no hay nadie que te retuerza en un abrazo vigoroso, alguien que te sostenga en esos amaneceres rotos, desgajados…y allí estás, sentado frente a frente con una persona a la cual no conoces, invadido por ruidos incoherentes que te hacen estallar la cabeza y te das cuenta que estas en el final de tu camino, que ya no hay vuelta atrás, que quieres morir, que quieres irte a vivir debajo de un puente a ver si así aprendes a valorar la vida, que tienes veinti-pico años suspendidos en la nada de una taza de café caliente y te sientes viejo, viejo como una hoja de papel amarilla arrullada por el tiempo, viejo como una horda de máquinas de escribir, viejo como un reflejo inerte, herido y hambriento que se posa en el charco de las remembranzas y los parques como el parque nacional que de subida te lleva al mismísimo infierno.
Pero una hora de terapia es todo lo que necesitas para develar tu insomnio y tus impurezas y así otorgarle sentido a tu existencia, así sea por un pequeño instante de tiempo darte la oportunidad de fabricar una sonrisa para ti mismo, que resuene en lo más profundo de tu alma, para luego envolverlo en papel de regalo y entregárselo al mundo como señal de penitencia.

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