Como el silencio, he de aferrarme al cristal de arena
quién buscara en mí el extravío de no verme en el espejo, porque en días como
hoy me da pena mirarme. Pena robusta de acercarme a mi imagen y reconocerme, yo
caigo poco a poco en las tinieblas exteriores, y ahora soy una partícula de
polvo que flota en el espacio. Me veo desde lejos y no me reconozco (esto lo
escribo apenas) como una forma de alimentar mi alma casi muerta de
desesperanza.
Asciendo perdida en el cantico de las aguas como una
letanía que se renueva y que ocurre entre el sueño y el cielo viajero de mi
manto que se dibuja y se multiplica entre panes y peces. El futuro es ausencia
de mi imagen reflejada en el espejo, de este vacío que corroe mi Ser y que
ahora mismo se empecina a embarcarme en el túnel del desasosiego; suspiro,
cabalgo sin dejar huellas más allá de la luna y las estrellas donde espera
Hades a la sepultura de mi cuerpo moribundo y agonizante.
¿Qué hice para que pusieran a mi vida tanta cárcel? Me pregunto
una y otra vez. En el rincón de mi vientre brota y arde solitario, la pólvora
de la soledad removiendo de la piel cada pedazo de desagrades, yo soy el muerto
que alienta las mañanas, precipitando a que llegue agosto distando el otoño y
anocheciendo los parpados de mis ojos.
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