Escribo para mí. Para mi placer.
Para mi vicio. Para mi propia condenación. (Juan Carlos Onetti)
En un texto que leía
estos días, Paul Auster escribía: “La literatura
es una fuerza en el mundo y no me imagino la vida sin literatura. La vida sin
arte es inimaginable…” refiriendo su notable preocupación por estas en la actualidad, pero afortunadamente
los dos logramos concluir, no sé si irónicamente, que la muerte de la
literatura es algo que no se va a producir, por lo menos ahora. Lo que sí está
claro es que lo que va a cambiar es la forma de cómo acceder a la lectura, pues
es inevitable la oleada tecnológica que hoy ya abarca al mundo.
Si algo hay evidente es
la necesidad imperante que existe hoy por la escritura, y que existe
tristemente detrás de las habitaciones oscuras, de los jóvenes solitarios y
artistas, de los silencios llenos de letras escritas en cuadernos escondidos
bajo las almohadas y las tablas de los pisos de nuestras habitaciones, en donde
impera la timidez y la baja autoestima; un personaje de esta categoría podría
retratarlo mejor Juan Carlos Onetti, que lo que podría hacerlo yo. Pero, afortunados
aquellos que logran abrir los brazos al mundo exterior literario, para ser
escuchados y vitoreados, o en el peor de los casos abucheados por diversos
artistas.
Escribir hoy un cuento que
supere las 20 páginas como nos lo sugiere Mario Benedetti, una nouvelle que
traspase las 50 páginas o una novela que contenga unas 45.000 palabras podría
considerarse un arte casi imposible de alcanzar fuera de los hogares de
escritores “comunes”, es decir de aquellos que deseen ganarse un puesto en el
mundo literario de hoy, teniendo en cuenta las problemáticas sociales que
abarcan las sociedades Latinoamericanas donde impera la pobreza, el
analfabetismo, el fracaso escolar, el iletrismo, etc.; y por otro lado, nos
encontramos con los “nuevos” intereses editoriales, que se han convertido en instituciones
elitistas, preocupados por meras versiones de escritos que lleguen a sectores
específicos de la sociedad, generando así, una nueva democratización de la
lectura y la escritura.
No hay como sentarse a tocar la guitarra, escuchar The Verve
y escribir a luz de la madrugada, y es un hábito que yo personalmente no quisiera
perder. Creo que con la música, la lectura y la escritura tenemos un poco de
esa locura que combinada con el arte nos permite
sobrepasar montañas y empapar el alma al ritmo de las
notas musicales. Esto es cierto, estamos siendo a cada momento, y juntas o
a la distancia trascendemos el tiempo, ese es el acto de mi quehacer cada día
de mi existencia; allí puedo despojar y desnudar mi alma.
Onetti por ejemplo plasmara de forma casi
naturalista este vacío existencialista propio de nuestra época, que
anteriormente describía. Por ejemplo en su cuento llamado “El infierno tan temido”, él nos muestra ese lado de la máscara
humana donde impera el dolor, los divorcios a temprana edad, los matrimonios no
duraderos, la inconformidad con la vida, la resignación, el amor inseguro, la
soledad, el suicidio; y que incluso el mismo Mario Benedetti plasmara en algunos
de sus poemas como “Esa batalla”, y cuyo verso dice lo siguiente:
¿Cómo compaginar
la aniquiladora
idea de la muerte
con ese
incontenible
afán de vida?
Existe efectivamente
una necesidad de plasmar la vida, el cuentista intentará trabajar en los
detalles, y el novelista cuya personalidad es mucho más ambiciosa tratará de
trasmitir profundamente su postura ante la realidad que ve, que vive y siente, tratara
así de darle forma desde los diferentes ángulos en los que esté ubicado, no
importa qué tipo de texto escoja el escritor, pues este mismo es quien impondrá
su propio ritmo. La escritura es un arte que necesita de grandes alas para
volar, es esa ave fénix que con cada texto renace de las cenizas de cuyas
letras han culminado con un FIN o un simple punto final. Todo aquel que camine
por los senderos de la escritura notará que no existe determinante alguno para
crear, nada de lo que se escribe es un juego, y mucho menos con la literatura
que tanto nos ha dado, escribir sirve para reavivar el pasado, curar heridas
que la vida misma ha provocado, y que ingenuamente las personas intentan sanar
con los libros; pero, ¿podría un escritor de esta magnitud, responsabilizarse
del sentir de aquellos quien lo leen, y de lo que estos interpretan?
Lastimosamente no. Pero las letras
hacen que todo esto misteriosamente perdure y prevalezca para siempre, y cuya
desnudes está en la escritura. Al fin y al cabo, la historia como la escritura se acaba cuando la muerte
nos llegue, aun así, estoy segura que las letras seguirán el camino que hemos
trazado.
No cabe duda que el
caminante (es decir el escritor) no solo ha de crear el camino, sino comprender
que también él es el camino, no es de otra forma que los escritos surgieron y
que se perpetúan. Porque es cierto que no retornaremos, leeremos y se escribirán
libros que hablarán de nosotros y de nuestras aventuras, llegaremos a la vejez
solo para contarle al mundo, que el amor perenne si existe y que vivir en la
cima de una montaña sin pensar en que hay más colinas por recorrer como lo
decía Mandela también es posible, y por eso se escribe, como lo decía
Benedetti, se escribe para contar la vida, se escribe porque el alma necesitas
de las historias, de los versos, de palabras que
agudicen nuestros sentidos. Se escribe porque las palabras nos dan el oxígeno
que necesitamos cada día para respirar. Se escribe porque no nos sirve cerrar
los ojos cada día simplemente para olvidar. Se escribe porque necesitamos aprender
a morir en silencio. Se escribe para encontrarnos en lo perdido, en lo vago, en
la nada y así poder levantarnos cada vez que nuestro cuerpo no puede aguantar
más. Se escribe para huir del miedo, de la soledad, del insomnio, de las voces
incesantes que no callan. Se escribe para orarle a Dios y exaltar en ella
nuestras pobres plegarias. Se escribe porque estamos envejeciendo en el apuro
del tiempo. Se escribe porque ya no nos queda nada más qué hacer. Pero ante
todo, se escribe para aprender a ser felices aunque nos cueste la vida, y todas
las letras del mundo.
Euterpe ©- SOLILOQUIO II