miércoles, 30 de abril de 2014

CARTA Nº 19


Me he levantado temprano hoy, he escrito un poema con letras pequeñas de versos irreales y de amores inciertos, camine desde la 51 con 13 hasta la 67, compre un libro a un hombre de barba larga y ojos castaños que me costó 3 pesos, enseguida tome un bus hasta la Calera, hacía un sol hermoso, tan hermoso era que los ojos se me aguaron de lágrimas al ver a mi hermosa Bogotá sobre un cielo azul marina, bordeada por una línea verde de hermosas montañas, que se pronunciaban desde la lejanía y que se difuminaban entre el cielo y la tierra, luego leí algunos versos de Bretón para hacerme compañía, al terminar de leer, abrace el libro fuertemente con mis brazos colocándolo justamente sobre mi pecho como si deseara sentir los latidos de este, al instante cerré mis ojos, dejando al aire refrescar mi rostro, marcado levemente por una sonrisa triste.
Después de dos horas de andanza, fui a la pastelería, ¿creíste amor mío, que iba a olvidar celebrar tu cumpleaños? subí al apartamento, me senté en el comedor, abrí la caja que contenía un pequeño pastel de chocolate, de esos que a ti tanto te gustan, el cual iba marcado con una frase que decía: "Arthur, feliz cumpleaños", saque una copa de vino, la coloque sobra la mesa junto al pastel, cante en solitaria tu cumpleaños, al terminar partí una rebanada de pastel, me la comí lentamente saboreando su exquisito sabor mientras miraba por la ventana al cielo deseando que estuvieses aquí para poder decirte "Te quiero amor mío, te quiero...", esto es la única cosa que en definitiva me pone profundamente triste, esa rebanada de pastel parecía que tenía dentro de sí, no solo chocolate, sino una cantidad de recuerdos y sentimientos, que en mi boca se iban desvaneciendo, tragándote en cada bocado disoluto. 
Finalmente prendí el último cigarrillo que me quedaba, me termine la botella de vino, me recosté sobre la cama, y dormí con tu imagen sobre mis parpados.

Amor feliz cumpleaños, no abandones tus letras.

Con cariño, Manuela Zimmerman

Euterpe ©

lunes, 28 de abril de 2014

CARTA Nº 18

Esta mañana me he encontrado con Marianita, ¿te acuerdas de ella?, será que todavía estará enamorada de ti, aunque yo creo que sí, porque cuando me preguntó por ti, se le iluminaron los ojos, yo le dije que estabas en París y que demoraras en llegar, me dijo que le avisara apenas llegaras para que le firmes el libro, también me dijo que lo ha leído dos veces y que ha quedado fascinada, además de eso me regalo la sección del periódico en donde han colocado una pequeña noticia tuya, te la adjunto, dice: "Colombiano escritor, por gira en Europa", si no fuese por ella, no me habría enterado, espero estés feliz con esto que te estoy contando.  
Después de que hable con ella, se vinieron a mi mente algunos recuerdos, aún tengo presente ese lugar donde te encantaba escribir, especialmente este último libro, tu teléfono marrón con terminados de oro, tu colección de ceniceros y briquets de todos los colores, tu biblioteca llena de libros viejos que te encantaba leer en las madrugadas y que me leías después de que terminábamos de cenar, tus dibujos en la pared junto a mis poemas de letras diminutas, casi microscópicas, ashh recuerdo estos días como si estuviesen pasando en este momento, aunque a veces debía alejarme de ti, y de manera inconsciente tendía a resguardarme, especialmente de tu aura angustiante y mortecina en esos días en que no estabas bien de ánimo. Y cuando dedicábamos mucho tiempo a la escritura, parecía que teníamos la consciencia de estarnos pudriendo cada vez que alguna letra salía a flote en la máquina de escribir, hasta que el aliento débil y enfermizo, hacía que lentamente nuestros cuerpos se desvanecieran sobre el escritorio, y caíamos de repente en un sueño profundo que  azotaba nuestros cuerpos, reclamando descanso. Luego despertabas intranquilo y asustado, y continuabas escribiendo sin parar, era incapaz de molestarte, y me conformaba con llevarte un café de vez en cuando silenciosamente, mientras fumándome un cigarrillo te miraba desde lejos.  
Parece que así es la vida de aquellos que se arriesgan a vivir con un escritor, el asilo, la ausencia y la soledad; sin embargo, me encantas, qué mayor regalo que tus letras cuando se posan sobre mi cuerpo, tus poemas son el arco iris que rodean la curva de  mis senos, el despertar es una ofrenda al cielo cada vez que amanezco contigo, y aun en la lejanía tu suspiros son los versos que me dan el consuelo para seguir viviendo.

Te dejo, sin dejarte.

Con cariño, Manuela Zimmerman

Euterpe ©

domingo, 27 de abril de 2014

CARTA Nº 17


Imagen. Sara Herranz

Cat cat cat cat...me encanta pronunciar esa palabra, se siente cómo la garganta y la lengua hacen unos movimientos extraños para pronunciarla, y cambia tu voz a un tono más grave. Amor mío, leí tu carta anoche, vi que te vas a quedar unos meses más, pero no olvides que yo aún sigo aquí, esperándote. También leí que ya no estás en Alemania, sino que pasaras unas semanas en París y luego te alojarás en Holanda, me encanta Holanda ¿sabías?, aunque deseo ir a París algún día, dicen que es el país de los artistas.

Estos días he estado estudiando un poco, leyendo a Proust, y escribiendo para el periódico, desearía que me pagaran más, 100 pesos no es mucho y me estoy empezando a atrasar con lo de la renta (y tampoco deseo que me mandes dinero); como extraño los días de mi niñez, no existían preocupaciones, y no tenía tantos problemas, aunque siendo sincera, mi niñez fue absurdamente solitaria. Estoy pensando presentarme a alguna universidad y así dictar alguna cátedra en literatura, ¿qué te parece esta idea? También me he dedicado a la poesía, y he escrito unos cuantos poemas, hacía mucho que no escribía poesía, pero me siento bien cuando lo hago, es como desnudar mi alma ante el papel, es no sé… cómo dejar que la lluvia roce mi rostro desnudo, y así confundir las lágrimas de dolor con la dulce agua del invierno. Creo que tú lo comprendes más que nadie, porque sabes qué es escribir en solitario, y además sabes lo que significa. Al menos, eso espero, porque hay escritores que acuden a ti en busca de que los elogies y los ayudes a mejorar con su escritura, por lo menos eso he oído.

Esta mañana llego un paquete tuyo, gracias por el libro que me has enviado, me siento orgullosa de ti, y la dedicatoria simplemente me ha dejado sin palabras, espero que en Paris te vaya bien con la publicación, como lo ha sido aquí. Por eso también te he adjuntado las cartas de tus lectores, aún están llegando al apartamento, creo que para algunos ha sido difícil localizarte. Quiero pensar que aún hay personas allí afuera que te leen y te comprenden, y que no intentan lastimarte, pudiendo hacerlo. Espero empezar a leerte pronto

Creo que ahora debería ir a descansar. Es muy tarde. Espero estés bien, y que te vaya bien en tu viaje a Holanda. Por cierto ya estoy terminando mi libro, espero mandarlo pronto a la editorial, sin embargo te mandaré una copia antes para que lo leas.

Te dejo ahora sí, amor mío, ashh como odio dejarte…
Con cariño, Manuela Zimmerman.

Euterpe ©

sábado, 26 de abril de 2014

DELEITE

Imagen. Sara Herranz

No temo a la muerte,
y así triste y desalentada,
llorando sin lágrimas, 
camino por senderos, 
inciertos y oscuros,

refugiándome en el mar
de la desesperanza,
miro el velo descender,
en esta soledad sin letras,
que callan al sol cada vez
que alumbra las montañas.
La tierra muere, y la tristeza
se derrama por el universo y así,
un poco sola, un poco vacía,
reclamo a Dios compañía
de seres que lleguen sin tiempo

en este cuerpo, en el que la
vida se desvanece, vivo yo.
Las letras, únicas acompañantes
recorren mis diarios, narrándole
al mundo mis duelos callados,
donde narro mis dolores y angustias,
intentando romper los barrotes
de mi alma hecha pedazos.
Las noches entonces, son la luz
donde danzan mis versos cantando
al unisono mis silencios,

no es casualidad, 
que mis lágrimas
cuenten historias calladas, 
de celdas que encierran mis 
sueños, y mis alegrías.
Espejos desconocidos reflejan 
mi pasado, en historias de voces 
inciertas, que marchitan lo imposible, 
lo incierto, borrando los caminos 
recorridos por ciudades y pueblos,
interrumpiendo la trayectoria de mis pasos.
Mi lampará se apaga, y mi voz 
moribunda grita al viento que no oye, 
palabras sin sentido que aunque están 
siendo devoradas, reclaman e 
imploran por un TE necesito,

mi conquista ahora, 
es el cielo sin nubes, 
la belleza sin tristezas, 
lo desconocido sin miedos, 
la multitud en soledad, 
y el deleite de la vida, 
sin muerte.


Euterpe ©

viernes, 25 de abril de 2014

CARTA Nº 16

Imagen. Sara Herranz


Acabo de llegar, he caminado desde el Parque Nacional, hasta el Parque Babaría, bajando hasta la U Nacional, la ropa me huele a calle, a desahucio, a soledad prematura, y melancolía sin sello de lágrimas. Esta semana recibí 100 pesos por parte del periódico por mis cuentos, los cuales guardaré para llamarte en estos días, solo porque deseo escuchar tu voz, aunque leerte es suficiente, pero quiero hablar contigo, escucharte de vez en cuando es bueno, en la lectura se tiende a perder la voz del otro, no sé si a ti te pase igual, pero a mi si, se me tiende a desvanecer la voz, y la lectura se convierte en un soliloquio prematuro.

Es una lástima que estés tan lejos, quisiera recitarte poemas de Benedetti, para luego hacer el amor desenfrenadamente, y por ultimo salir a caminar tomados de la mano, beber alcohol, fumar marihuana, y mirar el cielo llorar con sus estrellas brillantes que solo nos muestran lo sola y apagada que se encuentra la luna. La muerte pulula ante mis pies, ¿será el encierro?, no lo sé.

No he parado de escribir durante días, cuentos y poemas de toda clase, y está a punto de explotarse mi cabeza, quizás también es porque siento una gran preocupación por mi existir, y en verdad amor mío, lo único que deseo es escribir, escribir, escribir, escribir, escribir (bis)... Y luego, si puedo, dormir un poco.

Amor, te llamaré pronto, te pido que en tu próxima carta me envíes la hora bogotana a la que puedo llamarte, tu sabes que yo no sé nada del cambio de horario. Adjunto una foto mía en el parque del virrey, y también una foto del árbol al que le solías hablar para no sentirte solo, me pregunto si te extrañará,  dicen que los arboles tienen memoria; y tu amigo Fernando Rey, te manda saludes, me lo he encontrado hace dos días en el parque Lourdes, lo vi un poco triste, quizás su novia volvió a dejarlo, además tenía pinta de no haberse bañado en días, sin embargo me dijo que estaba bien, pregunto por ti y le dije que estabas bien, y que pronto regresarás, marco una leve sonrisa en su boca, se despidió de mí y se alejó con pasos lentos y tambaleantes.

Te dejo amor mío, no me olvides tan pronto y sigue esperando mis cartas.

Con cariño, Manuela Zimmerman.

Euterpe ©

sábado, 19 de abril de 2014

CARTA Nº 15

Imagen. Sara Herranz

Hubiese entregado mi vida a Dios, antes de nacer, para nunca haber ardido por dentro, como cuando la tristeza apuñala tus entrañas, buscando palabras que no encuentras bajo las sabanas de la vida. En este cuerpo sobrevivo, ante la inminente existencia, descifro mi dolor con letras que nadie lee, ni perfuma; la poesía compañera de noches inciertas resuena ante la tristeza de mi alma que carcome las angustias y las voces quebradas de versos que no llegan. Las noches hierben como sangre caliente, mientras mis manos que no logran escribir se quiebran ante el temblor de la desesperanza y la enfermedad, porque un dolor así no se quita con cualquier remedio, un dolor así se sufre con la mayor de las agonías, sin pastillas, ni recebo que magulle las heridas. La soledad abraza mis días, un cigarrillo y varios libros acompañan mis madrugadas cuando la luna se esconde para darle paso al sol, mi vela está por apagarse, y aun no escribo algo que valga la pena, mi desvelo parece durar para siempre, apoderándose de pensamientos que afligen mis sentidos, no conozco la vida, ni la alegría de la que suele hablar la gente, estoy condenada al desamor, al temor de mis noches, y de las sombras que persiguen mi vida, ya ni escucho los palpito de mi corazón que se esconden detrás de la oscuridad que habita mi ser.

Yo solía pensar en mi infancia que la vida era vida porque valía la pena vivirla, pero ahora es solo una imagen bizarra e hiperbórea que rodea difusamente mi mente, ahora me meo sobre un asilo miserable de melancolía sin razón, convirtiéndome en una carga para los que me rodean, no merezco la vida, no merezco ser ese alguien que deba estar a tu lado, no merezco tu cariño. Esta tristeza desolada es una característica de mi propio exilio, quiero gritar sobre cualquier montaña, llorar hasta quedarme dormida para nunca más despertar, dime amor ¿merezco tu cariño?, no quiero despertarme de nuevo con el alma vacía, llena de telarañas y pesares inciertos. Ahora me doy cuenta de cuanto me faltas, de cuanto extraño tu cuerpo, tus labios, tus manos, tus brazos...

Quiero que sepas que todo este tiempo a tu lado ha sido algo esplendido, y maravilloso, y aunque esta espera inenarrable sea producto de mis amargos días, quiero que sepas que aun te espero con anhelo, aunque mi cabeza sea un laberinto incierto y oscuro, aunque mis piernas no sepan qué paso dar cada día que estoy frente a mi cama al despertar, aunque mi corazón presiente soledad y desahucio, te espero amor mío, te espero. 

Con cariño, Manuela Zimmerman.

Euterpe ©

jueves, 17 de abril de 2014

CARTA Nº 14



Un mes sin escribirte, amor mío, esto en verdad me parece un desatino. Pero créeme que no he dejado de pensarte. Quiero recordarte que he adjuntado todos mis escritos que he publicado en el periódico en este mes y medio, también quiero decirte que tus cartas han llegado en buen estado, sin embargo se han perdido algunas en el estrecho viaje hasta aquí. 

Llevo noches pariendo y abortando letras que no son más que peroratas amargas, y por eso he acortado las cartas. Pareciera a veces que estuviera alimentando las palabras de una mariposa sin alas, y jubilando las letras de una joven sin memoria. Pero el alud de tus cartas reaviva mi sentir, apagado a veces por la rutina y la desesperanza, tú sabes como es Bogotá cuando el sol no brilla. 

Oprimiendo entonces este lápiz contra el papel deseo atiborrar la urbe de mi desolada juventud, diciéndote que te extraño, y que el terciopelo de mis lágrimas se acentúa por mis pómulos cada vez que no te tengo a mi lado, y el resplandor de mi vida poco a poco se apaga. Quisiera traducirte en letras, este mi mayor duelo, pero no hay huellas que desplieguen mi alma ante estos vulgares sentimientos.


Cada mañana al extender mi mano sobre nuestro lecho, no encuentro más que mi sombra donde solo habitan fantasmas monótonos, pues buscarte a mí misma en ti, ha sido la peor profesión que he tenido que soportar, y me pregunto ¿cuántos días más, cuantos meses estarás lejos de mí? Mi corazón es un vasto repertorio de heridas pasadas, no quiero que tú te conviertas en una de ellas, quiero tenerte cerca, para ver tu sonrisa iluminar mis días, porque no entiendo esta variedad de sutilezas, que no justifican mi existencia, ¿acaso es tarde para continuar?, pero si mi corazón es una verdadera amante, espero soporte tu ausencia que ha de continuar, y aunque muerta me encuentres, el amor no morirá jamás. Solo quiero que lo sepas, y no estoy desvariando, créeme que hablo con la mayor de mis sinceridades, mi alma resuena como el aleteo de un pájaro invencible, aunque huela a muerte y a olvido, mientras sepa que existes levantaré la cabeza al cielo, el escenario ahora es tu espera, y la obra aún no tiene final.

Con cariño, Manuela Zimmerman.
Euterpe © 

sábado, 12 de abril de 2014

EL ASESINO SIN ROSTRO

A Poe y Caicedo


Siendo niño me encantaba sonreír, caminar bajo los árboles que rodeaban mi casa e imaginarme abrazar las nubes de algodón acostado sobre el llano de una pequeña montaña donde mi abuelo solía contarme cuentos de Chejov y Poe, quizás, no lo sé, fue culpa de mi abuelo que al llegar a la adolescencia mi expresión tierna fue cambiando a fuertes sentimientos de rabia incontrolables hacia todo aquel que deseara acercarse o interponerse en mi camino. Durante cinco largos años, tome apuntes donde describía ambivalentemente mis emociones a través de poemas y cuentos, que solo eran para mí la vergüenza de lo que mi mente se estaba convirtiendo. A los 19 años tenía una gran colección de cuadernos escritos a mano donde perfeccionaba mis escritos en algo que nunca pensé que fuera a hacerse realidad y cuya historia les narrare a continuación.

A mediados de 1987, tenía yo 26 años, aun no me había casado, no había terminado ninguna de las carreras que había decidido empezar a estudiar, había pasado por la Ingeniería, luego por la Literatura, por último hice un curso que tampoco termine sobre fotografía, y desgraciadamente vivía aún con mis padres, dos ancianos pensionados de 64 y 75 años de edad que no hacían más que criticar a los jóvenes y ver las noticias durante todo el día.

Yo era un joven con una vida desordenada, me levantaba a las 12 del día, me vestía sin bañarme, y enseguida salía a verme con Fred en su apartamento donde consumíamos una gran cantidad de drogas, salíamos en las noches a robar en casas vecinas, y luego volvíamos al apartamento para seguir drogándonos; a veces Fred llevaba una que otra nenita, y yo los grababa con su cámara de video sanyo mientras apasionadamente hacían el amor, viendo las caras a estas putas sollozar, gritar, gemir, si, si, si así más rápido, no pares. Pero un 13 de mayo del año en mención, encontré a Fred muerto sobre su sofá con una aguja inyectada sobre su brazo izquierdo, lo más triste de todo es que sus padres y su hermana Elisa ni siquiera fueron al entierro,  quizás sentían vergüenza de su hijo drogadicto, pues los padres de Fred eran reconocidos en la ciudad por su alto estatus económico, su padre dueño de una importante compañía de petróleo importaba y exportaba gran cantidad de este producto por todo el mundo, Elisa era entonces la hija favorita de ellos, quien tuvo la fortuna de estudiar en una de las Universidades más prestigiosas de Estados Unidos por sus altas calificaciones, y además de eso por su reconocido talento en el piano de cola; mientras que Fred era un joven de 27 años adicto a la heroína que solo hizo hasta cuarto semestre de Literatura, y cuyo talento por la escritura nunca fue reconocido, aunque ganó algunos premios a nivel nacional de cuento, y por parte de sus padres nunca recibió apoyo como él siempre lo deseo, hasta escribió un cuento sobre eso llamado “Una noche sin olas”, pues el padre de Fred siempre lo incito a que estudiara Economía. Yo conocí a Fred hace maso menos 6 años, en un concurso de cuento en el que los dos disputamos la final, donde él ganó el primer puesto. Empezamos desde ese momento a salir para hablar sobre literatura y forjamos así una gran amistad, desde ese entonces Fred ya consumía drogas, incluso ya había estado en varios centros de rehabilitación sin obtener algún resultado favorable, y sus padres lo habían echado de la casa hacia maso menos nueve meses, y vivía desde entonces solo en un apartamento que su hermana le había rentado. Fred decidió no seguir estudiando, y desde ese momento sus padres nunca más volvieron a responder por él, quizás también por culpa del divorcio que sus padres acababan de vivir, meses más tarde, su hermana Elisa se fue a vivir a París y Fred se hundió por completo en las drogas, su única compañía que le quedaba era la mía y la de su perro, un pastor alemán llamado Doggy, pero mi personalidad por esa época era muy cambiante, vivía irritable, melancólico, indiferente ante los sentimientos de los demás, y algunas veces era demasiado agresivo.

Después de la muerte de Fred, me encerré en mi habitación durante meses, no soportaba la idea de que Fred estuviese muerto, y repentinamente comencé a tener espacios en que no podía diferenciar la fantasía de la realidad, empecé a escuchar la voz de Fred que me hablaba y me metí más en las drogas y a tomar Valium para dejar de escuchar las voces, pero cada día su voz se hacía más fuerte, enseguida de otras que lo acompañaban incesantemente. Una noche desesperado después de llevar cinco noches sin dormir, decidí salir de mi casa y me dirigí al apartamento donde vivía Fred, su perro Doggy aún estaba allí aunque demacrado por la falta de comida, en ese instante algo se apoderó de mí, levanté a Doggy con mis dos brazos y haciendo fuerza hacia abajo le quebré  la columna vertebral con mi pierna derecha, enseguida tome un cuchillo de la cocina, lo abrí por el vientre, le saque los intestinos, le corte la cabeza, las patas, la cola, y lo vertí en agua caliente, enseguida salí del apartamento y me dirigí a mi casa. Dos meses más tarde, mientras miraba obnubiladamente la TV, escuche de nuevo unas voces que me gritaban y de repente una rabia inexplicable se apoderó de mí, y en un instante todo se tornó negro, algo o alguien de nuevo se apoderó de mí. Al día siguiente me levanté como de costumbre, empecé a percibir que toda la casa emanaba un silencio de cementerio, baje las escaleras, y allí estaba  mi padre degollado en el sofá de la sala, la cabeza le colgaba hacia atrás, mientras su mano derecha petrificada sujetaba un vaso de whisky, grité desesperadamente llamando a mi madre, subí las escaleras corriendo aterrorizado por lo que acababa de presenciar, al llegar a su habitación allí estaba ella apuñalada, con un cuchillo incrustado en el cuello, justo donde se pronuncia la yugular, esa que le brotaba cada vez que me gritaba, sus manos amputadas colgaban sobre un cuadro que tenía mi foto, las paredes manchadas de sangre dibujaban un recorrido que llevaba el rastro justo a mi habitación, al asomar mi cabeza temiendo de que lo que fuese a encontrar me llevaría con un pase directo a la cárcel como sospechoso de homicidio, pero no, allí estaba Fred sentado en mi cama con las manos manchadas de sangre, mientras veía obnubilado un programa de TV, enseguida hice lo mismo, me senté junto a él, prepare un poco de heroína, la compartí con Fred, luego me recosté en el suelo mirando el techo girar, hasta quedarme dormido. A la mañana siguiente, tome los cuerpos de mis padres, y obrando a sangre fría los descuartice, empaque los dos cuerpos en tres maletas, y metiéndolos al baúl del carro, los lleve a un pueblo cercano donde los enterré mientras mis ojos disipaban las lágrimas y la más amarga culpa apretaba mi corazón.

Si bien no estaba conforme con lo que acababa de suceder, decidí ir al acecho de otras cuantas víctimas, el siguiente en la lista fue Mario, un compañero del colegio que hizo mi vida imposible, llegue a su apartamento y poseído de nuevo por una ira incontrolable, lo ahorqué en la sala. Luego me dirigí a la casa de Ross, una puta que tuve que se fue con otro mientras yo enamorado moría por ella, al llegar a su casa la amarre a los barrotes de su cama, le ampute las tetas mientras gemía de dolor y la degollé. Luego fui a la casa de mi tío Roberto, el muy hijueputa me violó durante 5 años de mi vida, le corte las manos, y le prendí fuego en el jardín de su casa. A los dos meses de haber cometido algunos asesinatos, los periodistas y policías se volvían locos al no encontrar al asesino de tan repugnantes asesinatos, y mi imaginación hacía estragos sobre mi conciencia aturdida y adicta a la sangre, nunca llegue a lamentar la muerte de alguna de mis víctimas, cuando había llegado a la lista de casi 23 víctimas, volví al recóndito silencio de mi habitación, saqué una botella de whisky del armario de mi padre, un poco de LSD y me acosté sobre mi cama, mirando el techo donde tenía todas las fotografías de las víctimas que había asesinado, me encantaba recordar con detalle lo que les había hecho a cada una, mientras los colores hiperbóreos recorrían mi habitación, cerré los ojos alucinados, y tapándome los oídos con la almohada tratando de no escuchar las voces que rodeaban mi habitación, de repente perdí la conciencia y la línea con la realidad con la que siempre intente luchar por mantener, desapareció.


Años después mi razón retornó, un hombre de bata blanca y de apellido Monroe me ha dicho que llevo 9 años en el manicomio del condado. Y disipándome del sueño y de los vapores que produce el tiempo, siento por primera vez en mi vida una profunda consternación que se mezcla con el remordimiento de mis crímenes cometidos durante ocho años, parece ser que la muerte de mis padres, y la de Fred no fueron mis únicos actos violentos, se suman  36 personas más, entre ellos, niños, ancianos y jóvenes entre los 13 y 16 años de edad, todos degollados, descuartizados o amputados, aun así mis sentimientos siguen siendo débiles y ambiguos ante semejantes masacres. Fred parece nunca haber existido, al día siguiente los periódicos recorrieron la ciudad con un gran titular en letras mayúsculas, “EL ASESINO SIN ROSTRO: REGRESA”.  

Euterpe ©- SOLILOQUIO II