Imagen. Sara Herranz
No temo a la muerte,
y así triste y desalentada,
llorando sin lágrimas,
camino por senderos,
inciertos y oscuros,
refugiándome en el mar
de la desesperanza,
miro el velo descender,
en esta soledad sin letras,
que callan al sol cada vez
que alumbra las montañas.
La tierra muere, y la tristeza
se derrama por el universo y así,
un poco sola, un poco vacía,
reclamo a Dios compañía
de seres que lleguen sin tiempo
en este cuerpo, en el que la
vida se desvanece, vivo yo.
Las letras, únicas acompañantes
recorren mis diarios, narrándole
al mundo mis duelos callados,
donde narro mis dolores y angustias,
intentando romper los barrotes
de mi alma hecha pedazos.
Las noches entonces, son la luz
donde danzan mis versos cantando
al unisono mis silencios,
no es casualidad,
que mis lágrimas
cuenten historias calladas,
de celdas que encierran mis
sueños, y mis alegrías.
Espejos desconocidos reflejan
mi pasado, en historias de voces
inciertas, que marchitan lo imposible,
lo incierto, borrando los caminos
recorridos por ciudades y pueblos,
interrumpiendo la trayectoria de mis pasos.
Mi lampará se apaga, y mi voz
moribunda grita al viento que no oye,
palabras sin sentido que aunque están
siendo devoradas, reclaman e
imploran por un TE necesito,
mi conquista ahora,
es el cielo sin nubes,
la belleza sin tristezas,
lo desconocido sin miedos,
la multitud en soledad,
y el deleite de la vida,
sin muerte.
Euterpe ©
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