Eran las cuatro de la tarde y desee con todas mis ganas
ser un pájaro amarillo en la mitad de la carrera 13 con 64 para asaltar con mis
alas el humo negro que salía de los buses mientras Canela preparaba un gotero
con marihuana. Miras el cielo de cristal y te preguntas sobre ti, sobre Canela,
sobre la muerte, te refugias en las colillas de tu cigarrillo favorito,
vomitas, lloras, gritas en silencio mientras un tri trip trip recorre tus venas
delgaditas, mientras esperas que otra bocanada de humo te reviente el pecho y
de ahí salgan lagrimitas agujeradas con sabor a whisky añejo y gasolina. Te
sientes solo, amargado, desesperado, caminas por las calles junto a Canela y te
das cuenta que ya no estás aquí, que ya no perteneces a ninguna parte, la
besas, le consientes sus téticas duritas y apretaditas mientras la tarde aletea
herida, luego te dan ganas de abrazarla y sientes cómo sus latidos se aceleran
al ritmo de las manecillas del reloj, le dices que la amas, que deseas envolver
su corazón en papel de regalo para entregárselo al viento y así no quedar con
las manos vacías. Enciendes otro cigarrillo, Canela llora y tú le lambes las
lagrimitas sabor a soledad, miras a tú alrededor y todo gira inexplicablemente,
olvidas el sabor que tienen sus labios y dentro de tanta multitud te das cuenta
que estas hijueputamente solo, lo único que hallas es una sensación de estar en
ninguna parte, de estar caminando en círculos junto a una maquinita de hacer
sueños, la vida es entonces un intervalo de masacres suicidas que se instala
justo en la mitad de tu estómago vacío y que te hunde en la profundidad de una
pesadilla a medio recorrer. Canela empieza a sumirse entre la noche triste, y
entonces vuelves a mirar a tu alrededor y compruebas que la vida es una herida
abierta llena de soledad, llegan las cinco de la tarde, te encuentras lejos de
casa y mientras amanece, el silencio absorbe el olor a mierda que producen los
días en que no has llegado a casa, corres entre las praderas verdes, amarillas,
grises y solamente quieres dormir para quitarte de la cabeza ese humo grisáceo
y esas maripositas que revolotean entre las voces que están en tu cabeza para
no sentir esas ganas tan hijueputas de llorar, esa tarde te das cuenta que no
perteneces a nada, que estas siendo fusilado por ese lunes de mierda, por ese
sol del atardecer que produce un mareíto down, un mareíto desagradable que se
ve reflejado en las tardes solitarias y erosionadas de no saber si aún queda un
pedazo de ti en alguna parte de la ciudad. De lo único que te acuerdas es de
los ríos de sangre que hacen teñir los paisajes cuando una inyección de morfina
en las venas te despierta de tan letárgico existir, mientras tanto ves a Canela
dormir sobre tus piernas en el parque
nacional y entonces te dan ganas de besarle las tetas, las piernas, las manos
rosaditas sobre copos de algodón para distraerte del vacío que se apodera de ti
cuando sabes que ya nadie te espera porque en casa es todo un desastre y
entonces prefieres la calle el whisky la heroína el LSD las perras y las prostitutas
y así hasta desvanecerte en el aire claro antes de que te asalte ese
sentimiento de que todo lo que hay a tu alrededor son elefantes amarillos
girando sobre su propio eje, te sientes turbio, difuso, disperso, sin nombre.
Son las seis de la tarde y Chaparro aparece arrastrándose sobre la marea verde,
sobre un fondo de lluvia fría, sobre una ciudad que abandona los olores y los
cuerpos aquejados dentro de una gran voz invisible que lo arrastra como un
alucinógeno al mundo de la angustia para ahuyentar ese ahogo que se pronuncia
bajo la cien y la garganta, esa alucinación amarilla que rompe el interior de
tu alma y entonces sientes que dentro de ti llevas un cementerio, estas vuelto
mierda alucinado inerte borracho calcinado, Canela se levanta y le dice hola
Chaparro que gusto verte ven y me besas estos labios secos magullados heridos
subsanados ven y bebemos un copa de brandy ven y caminamos por Chapispeed hacia
la nada. Te importa un culo la vida te duelen los pies el alma la cabeza de
tanto andar por las alcantarillas de la ciudad, Chaparro cierra los ojos y besa
a Canela al borde de la mejilla izquierda mientras cierra los ojos y naufraga
imaginándose a Canela desnuda en el Squart Line de la 60 con 15, allí donde las
maripositas revolotean al son de los orgasmos y los sudores tristes que se
escabullen bajo los besos secos. Canela llego a Bogotá hace 4 años, la conocí
en el Squart Line una noche de enero mientras en el bar sonaba dont yo away, yo recién salía de la
clínica psiquiátrica la cual quedaba a unas cuadras del Squart Line me sentía
como la noche solo y abandonado y entonces apareció Canela semidesnuda al final
de un día donde las melodías ausentes revoloteaban alrededor de sus hermosos
senos de su hermosa sonrisa y de sus nalgas sudorosas, desde ese día nunca pude
parar de ir al Squart Line nos hicimos amigos y finalmente nos enamoramos,
sabes? el amor es como un beso de hielo en el fondo de un vaso de whisky, es
como una carta de desahucio e invitación a lo incierto, es como un beso
fabricado de nubes, árboles, aire donde al final terminas siendo nada.
Chaparro vivía en una casa grande cerca al parque de los
hippies, él es un tipo como todos los demás amante de la heroína y el sexo
callejero, fabricante de lo incierto y de la fatiga, la ciudad para nosotros
tres era una obra pornográfica donde unos se comían con otros mientras las
calles oscuras se destapaban a la masacre incesante de los días. Siete de la
noche. Era la hora de un café con ron con vino con cerveza con bóxer con
gasolina, la ciudad empezaba a oscurecerse y a convertirse en una espesa
mierdecita que iba engullendo poco a poco las letras las voces los ruidos las
cavernas en ese instante desee ser abrazado por Canela antes de que el
desequilibrio de mi alma y mi cuerpo se acentuaran y entonces desee ser una
pájaro amarillo al borde de un abismo, de un cielo despejado luchando contra la
demencia, contra la soledad. Mierda.