Pronto sucederá lo ansiado, descubro que jamás podré ser
un poema al estilo Neruda, de esos que hablan de lo “hermosa” que es la vida.
Sueño con la muerte, con el aislamiento, con estar cerca de Dios. Aspiro a la
lucidez, aunque mi ser sea un ser amargado vestido de negro que escribe de
forma disfrazada sobre la euforia, como si en verdad la llevase puesta. La vida
es una miseria. Ahora entiendo por qué hay poetas en el mundo. Y es que todo
esto te sucede, cuando te han arrebatado el alma, cuando eres una estatua
triste, cuando eres capaz de hacerle reverencia al vacío, cuando dentro de ti
mueren las golondrinas, cuando se rebela en las noches de octubre el miedo
mientras lloras, cuando sientes que ya no tienes nada para dar porque sientes
que ya hiciste lo suficiente, cuando se te quiebran las palabras y las hojas
quedan en blanco, cuando el cansancio te tira de rodillas, cuando el lápiz se
te resbala por tus dedos llorosos, cuando quieres morir. ¿Qué puedo decir? Lo
siento claramente, cómo ha de llamarme la melancolía. Cada minuto que pasa tomo
menos consciencia de mí misma, me pesa el cuerpo, los ojos, las angustias, los
anhelos. Ningún libro es capaz ya de soportarme y sostenerme, es como si de un
momento a otro hubiese perdido la facultad de gozar. Escribo, mientras deposito
allí mis culpas. Camino. Y dejo pasar la vida.
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