Esta
zozobra que me exaspera, que no logro dominar, que emana de todos mis poros y
de todos mis desfallecimientos, que me tortura, que no obedece a mi razón, que
tiene un cierto gusto por lo reprimido y por los espectáculos circenses de mi inconsciente. Sin
embargo, liberarse de ella equivaldría a desaparecer en la nada opresiva del
destino, mientras nos volvemos esclavos del lenguaje que no calla, pero este
sentimiento no puede ser más arrogante, provocador y cobarde, propio de la
absurda derrota que dejan los estigmas del éxito, y los inviernos palpitantes.
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