La
muerte es una larga caravana que inunda de vasos vacíos tu imagen lejana sobre
espectros que ahogan tu orgullo y tus temores como deseos fósiles que danzan tras
de ti en la extrañeza de tus sentidos silenciosos. No obstante, el silencio ha
de recrear una representación imaginaria que desmorona las noches verdosas
entre grietas, donde has de sacrificar tu sonrisa como estima de tus propias
desgracias; te escondes de las frases grises, como las de Emil Cioran y
Pizarnik, te proyectas en algún lugar donde haya naufragado la felicidad, abres
los brazos mientras te lanzas al unísono abrazando al vacío.
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