Era
el último día de la caravana y yo caminaba multiforme sobre la tierra, desplegando mis alas sobre
el horizonte como un gran arcoíris, donde mis colores variados tan distintos,
pero tan íntimamente unidos me hacían resplandecer. Con ese gran linaje que me
caracteriza, me han conmemorado entre las razas de los visionarios más
conocidos del mundo, pero aun así no sonreía, tenía un marchar débil, triste,
ahogado, la caravana me recordaba que tenía que continuar, que había que seguir
adelante, que era un pecado detenerse. Le obedecía a la caravana, ahí
suspendida y estática, inmóvil por largos caminos que se envuelven en cuerpos
yertos que tratan de darme su ultimo abrazo a mi destino, pero ahí ya habían
muerto los recuerdos de mis primeros años de vida, de los cuales yo ya no
deseaba hablar, mucho menos de mis aposentos, ni de mis volúmenes.
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