Por ahora, no vayamos en reversa, deseemos y
hagamos lo imposible. Abramos los ojos a lo imperecedero, soñemos despiertos y roguémosle
al desierto que ilumine los puentes que se doblan sobre los deseos inertes que
se buscan en el vacío blanco de las paredes rotas. Hagamos rogar a los sofistas
y directamente a Epicuro por una ataraxia que calme los pensamientos oscuros y
desiertos, no habrá noche sin luna mientras el eclipse cubra los sueños, y los
fantasmas aplastaran serenas y pragmáticas los pensamientos del hidalgo, que
con discreción sacará al máximo encaladas al estilo bárbaro. Pensar que nada
habrá de suceder deteriorará los clavos del miedo jodidos por las batallas
entre continentes que se abren de golpe a la humedad atascada por odio y el
resentimiento. Pero volemos y botemos el humo que aprisiona y empuña las
sonrisas forzadas, intentando olvidar la sensación de triunfo que deja la brisa
del viento sobre el monte Sinaí.
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