
Me duelen las entrañas, el Malboro pasa
por mi garganta como una válvula de oxígeno lo suficientemente
profunda como para secar las lágrimas que se posan debajo de
mis amígdalas ya negras de tanto fumar. Leo a Sandro Romero y pienso
en Charly García, en los 80s, en los 90s, en Cali, en los domingos rotos y los
guerrilleros. Ahora todo es diferente con la cuestión de
la Internet y los celulares, las cosas se celebran a destiempo
porque nada es suficiente para calmar el hambre del capitalismo, pienso en
Cerati y en lo agradecido que debe estar al saber que no lo despertaron antes,
porque aún no ha pasado el temblor. El mundo se hunde, y pocos
nos interesamos por él, no somos activistas, ni creadores de fuentes
ambientales reutilizables, ni veganos, ni feministas, o algo por el estilo. Y
eso pasa porque sencillamente esperamos a que otros lo hagan
por uno, o porque por alguna extraña razón no tenemos la misma energía, de
esa que producían nuestras abuelas en tiempos en que la comida era
natural, o porque simplemente el cansancio llega a nuestros
cuerpos y se instala como una garrapata y entonces, sin darnos cuenta nos
despertamos en un cuento de Kafka tratando de no pronosticar los días en los
que te escurrirás en el tiempo para besar la vida a la mitad de la
lluvia.
Carlotta de Borbonet
Juli P. Lizcano Roa
INDICIOS 2019-20