Duerme frágil y desnuda
entre cirios de oro, dejándose
caer despacio por el sueño
profundo que olvidada
retuerce sus labios entre
acaricias que destrozan su
aristocrático carisma.
Enloquecida acepta el
sacrificio que en un grito
suplicante consume el
tiempo vertiendo amargas
gotas, divagando sobre la
calma que la hace hundirse
en el fondo de su pecho
donde con desprecio
huye aterrada sobre
ensueños celestes que
agrietan su piel donde la
graciosa alegría permanece
inmóvil entre árboles retorcidos
que rasgan la aurora de la
mañana que aspira y suspira
sin recelo.
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