22 enero 2022
Cinco
paredes: cuatro reales y otra que imagino, varios libros, madame tristeza llora
casi orgullosa de su nuevo vestido. Este es un sábado cualquiera. Toco fondo.
Mi corazón ya no late. Sigo viviendo gracias a una especie de susurro de sangre
en mis venas. Atardece, mientras yo desvanezco y muero en lentitud. El viento
está agitado. Hasta este momento, mientras escribo, se ha vuelto menos cruda.
Algunas nubecitas blancas coronan la montaña como humo que asciende. Y ahora un
color azul oscuro y extraño está cubriendo el cielo. Los árboles voltean en
esta claridad inestable. Un gato maúlla. Quisiera que estas líneas fueran
acogidas como mi confesión. No quisiera morir sin haber dejado escrita mi
creencia de que el sufrimiento puede ser superado. Hay que someterse. No
resistir. Acogerlo, dejarte anonadar. Aceptarlo enteramente. Que el dolor sea
parte de la vida. Concluyo que el dolor tiene que volverse amor. Ahí está el misterio. Tengo fe de que algún día «el dolor se
convertirá en alegría».
Tengo
que confesar que he tenido un día perezoso. Iba a escribir un rato, pero no he
hecho nada. Creía poder trabajar y en cambio, he estado algo fatigada y he
descansado. ¿Es un bien o es un mal de mi parte portarme así? Tengo la
impresión de que soy culpable, pero al mismo tiempo sé que lo mejor que puedo
hacer es descansar. No quiero escribir. Quiero vivir. ¿Qué significa esto? No
es fácil explicarlo. ¡Pero es así!
Es
singular esta costumbre mía de no ser tan habladora. Y, sin embargo, mi
intención es que esto no lo lean ningunos ojos más que los míos. Estos apuntes
son privados. Y confieso que nada me proporciona mayor alivio. Lo que me suele
pasar es que si continúo acabo por emerger. ¡Qué cosa rara! De repente me he
visto en puerta de la sala de lectura en Berlín: invierno, lluvia, y libros
encuadernados de negro.
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