24 enero 2022
Estoy
en esta habitación y pienso en mi madre. Tengo deseos de llorar. Pero mis
pensamientos son hermosos y están llenos de alegría. No pido más que tener
tiempo para escribir todo esto, tiempo para escribir mis libros. Luego, no me
importará morir. No vivo más que para escribir. Trato de ver la hermosura del
mundo (¡Dios mío, cuán terrible es este mundo!). Pero me parece como si yo
tuviera que cumplir un deber, como si alguien me hubiera impuesto una tarea que
estuviera obligada a terminar. ¡Déjenme acabar, acabar sin prisa; poniendo en
ella toda la belleza que pueda!
Mi
madrecita, mi estrella, mi valor, todo mi ser. Me parece ahora vivir en ella.
Vivimos en el mismo mundo. No es del todo este mundo, tampoco es del todo otro
mundo. Quiero muy tiernamente a mi familia y a algunas otras personas. Quiero
de la buena y vieja manera. Vivir -vivir-, esto es todo. Y dejar la vida como
la dejó Madiedo y como Pizarnik la dejó.
«Y
cuando nadie te despierta por la mañana, y cuando nadie te espera en la noche,
y cuando puedes hacer lo que quieras. ¿Cómo lo llamas? ¿Libertad o soledad?» –
Charles Bukowski
Quiero
escribir. Pero pienso que hay que escribir cuando se tiene algo qué decir. ¿Qué
contaría yo? ¡Mis angustias! ¡Mis anhelos! ¡Mis invisibilidades! Quiero llorar.
Quiero gritar. Quiero chocolate. Recorro mi vida: sonrío. Ha sido un poco
intensa, casi como de boceto. Cada minuto tomo más conciencia de mí y mi
sonrisa se amarga. Me siento agotada. Ningún libro puede ya sostenerme. Sartre
me aburre. Schopenhauer me deja insensible. Siento un caos. No sé por dónde
empezar. Que miserable vacío. Es como si hubiese perdido la facultad de gozar.
Nada me conmueve. ¡Mi problema esencial es escribir, escribir y escribir!
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