18 febrero 2022
Me
siento mal. El único que podría ayudarme está lejos. En el Darién. Pienso en la
filosofía, deseo estudiar ya. Ponerme alguna carga que minimice tanto dolor en
mi alma. Me siento nada. ¡Descendí en estos ocho días horrorosamente! Me siento
perdida. Sucia. Inútil. Gastada. Dolores de cabeza y de pecho. Los párpados
derrotados (¡dormí 13 h!). Quise escribir. ¡Terrible! Escribo ahora con
dificultades. Respiro mal. Apoyo mis manos en mi rostro; y ¡me duele la piel!
No lloro porque no puedo. Tengo deseos de olvidar que he nacido. ¡Y cómo me
duele todo! Todo menos el alma, que ya no sé dónde está. Me siento
esquizofrénica. Cada gesto me resulta sospechoso. !Ay¡
El
suicidio es rendirse ante el absurdo, quiero ser virtuosa por capricho. No
quiero morir. No quiero ser como Meursault en el extranjero de Camus. Yo soy la
representación del estoicismo, una mujer imperturbable, ajena al mundo, con ser
libre y tranquila; alguien decidida que apuesta por la dignidad. Y es que
creando aligero la vida y el sufrimiento, que pensándolo bien es más locura que
culpa.
«Sí.
Porque en el fondo estamos infinitamente solos» Rilke
Toco
mi cabeza. La siento obstaculizada. Quiero viajar a México a un congreso, pero
sé que es imposible, es época de estudio. Tomo conciencia de mi decadencia.
Estoy en una especie de limerencia por la muerte…Cada vez me atormenta más la
incapacidad de hilar un pensamiento. Recuerdo que alguien me dijo que el mejor
remedio para la angustia es «leer la Desgarradura». Me parece un disparate. A
mí no me produce el menor efecto de cura; al contrario: sólo me da la medida de
mi nulidad intelectual. Me agobia. ¡No sé qué hacer! Estoy cansada. Muy
cansada.
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