Sé
que pensaras que todo lo que estoy diciendo se parece más a una utopía
estúpida, cuando todavía sientes la pesadez pasear por tu cuerpo, y ves como el
dolor acaricia cada una de las falanges de tus dedos explorando como
kinesiólogo la quietud de tus movimientos, en esos días en que eres incapaz de
levantarte de la cama mientras el fragor de los días se humedecen con la lluvia
granizada, donde innegablemente sufres y sientes tu tráquea pegada a la
garganta. Oyes al silencio hablarle a los espejos adhiriéndose a otras consciencias y arrastrando tus alas
avejentadas que huyen como hojas al son de los vientos tan misteriosamente
indelebles que se te sube el llanto a la cabeza. Te sientes frágil y mediocre,
tienes miedo a ser un desvalido y un torpe, incapaz de comprender los sentidos
de la vida. Estas envuelto en la angustia y suspendido en el tiempo. Sueñas con
que algo o alguien exciten tu imaginación, tu ingenio o tu brillantez; pero te
asustan tus palpitaciones al ver que la felicidad quizás toque a la puerta y
entonces, huyes al encierro que despiertan los horrores de tus días,
resucitando el cadáver actual que se niega a
vivir, nauseabundo ante la existencia. Al final simplemente
eres una represión, una contención y una máscara triste en un abismo entre tus
pensamientos y deseos, cuando deberías contentarte con ese deseo lejano y
profundo de aceptar suavemente la efímera realidad que te rodea.
Carlotta de Borbonet ©
Julie P. Lizcano Roa
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