Concebir como portadores la vida, padeciendo de ella la
hermosura de lo existente, de lo retratado, de lo posible y realizado. Ser
capaz de estar abiertos a lo que proyectamos, generando conexiones entre lo que
deseamos y entre lo que se nos posibilita, como oportunidades. Encarar la
angustia y el dolor, afrontar lo ridículo y lo estúpido y representar
escénicamente esas emociones que se traban justo a la entrada de nuestra
garganta.
Materializar la energía en la profundidad de nuestros
proyectos y la simbolización de nuestros potenciales; ser como un sofista
afrontando las olas y que al estilo Heidegger entreguemos lo autentico a la
responsabilidad y a la lucha del sentido de la existencia; movilicemos las alas
y acabemos de un vuelo las nostalgias de esa filosofía silenciosa que refuerza
el desconsuelo.
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