Llega la noche
y el barullo del silencio rompe con las paredes blancas verdosas, mientras la
luna se arruga al destete del cielo que blanca la besa. La helada noche
resguarda el dolor de aquellos que viajan a la mar por las costas del
atlántico, a espaldas del convexo y oscuro remordimiento, que probablemente
sentada espera el insólito sonido de su voz, mientras el alba llega
balanceándose erguido sobre la ventana de daba prematura la inocencia temida
entre las fronteras de lo imposible, corriendo el riesgo de perderlo todo por
un instante. ¿Para qué llorar cuando yaces en el suelo triste y desabrido? Pero
un rayo de una noche tormentosa sería suficiente para calmar el temblor de tus
huesos y desaparecer de la órbita terrestre, libre como una estrella fugaz.
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