Ser persona implica entregarse a un
periodo de búsqueda donde predomine la voluntad de expresarnos, de tal forma
que no solo podamos darnos compasión a nosotros mismos, sino también a los
demás. Un periodo de vida que nos aleje del silencio, habilitando en el paso de
los años el amor por la vida y el respeto por la existencia, y así captar la
esencia de dichos momentos siendo un gerundio en plenitud hacia una realización
que nos dé sentido, en una relación mutua de afectación tu-yo que nos permita
donarnos a un futuro de incertidumbre; sacrificarnos, servir, reconocernos,
respetarnos, generar vínculos, convivir con los demás captando selectivamente
la realidad, como ese puente que se construye sobre el vacío y que nos ayuda a generar conexiones entre lo
que deseamos y lo que se nos es posible.
Viéndonos entonces de otra manera, aceptaremos y toleraremos el dolor y
el sufrimiento que a veces implica vivir, como lo resalta Kierkegaard: “La
puerta de la felicidad se abre hacia afuera, lo ideal es encontrar una
dirección que llene los espacios vacíos, sin perder de vista nuestra propia
humanidad”.
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