No hemos de considerar el destino como
algo sellado, o lejano de nuestros puertos, no sería malo considerar un pequeño
viaje al estilo Ítaca, donde el paso de los años sea lento y largo, que puedas
imaginarte el camino más allá de lo simple que es ver, sino percibir en cada
uno de los colores el andar de la vida, como si tu espíritu en verdad estuviese
dentro de ti, selecto a la emoción que ha de hallarse en el pecho de tu corazón
–allí donde se posa tu alma-. Y aunque caigamos una y mil veces, no hemos de
apresurarnos en los pasos, sino aprender de las riquezas que a veces traen las
tristezas y la desolación; viajar quizás a una isla solo no sería la solución,
aislarse del mundo sería el final del camino que ha de llevarte al infierno de
tu mismo interior que se posa en el pasado de los recuerdos. Por ello,
mantengamos el paso en el camino que ha de llevarnos a Ítaca, aunque lleguemos
pobres y viejos.
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